Wednesday, February 27, 2013

FARC EP - Nuestra solidaridad con la lucha de los campesinos, por sus muertos, decenas de heridos y encarcelados"


 La Habana, Cuba Sede de los diálogos de paz Febrero 27 de 2013




Aunque el gobierno Santos pretenda que su política económica no es objeto de discusión en La mesa de La Habana, la realidad es que el pueblo colombiano la está rebatiendo con movilizaciones, paros y protestas, en todo el territorio nacional.   La crisis cafetera
tiene su explicación en la desprotección impuesta por la política
neoliberal a los campesinos productores de café en un contexto de precios
internacionales desfavorables y de una sostenida sobrevaluación del peso
frente al dólar. Las consecuencias saltan a la vista: una caída abrupta de
la producción nacional, un aumento de las importaciones de Perú y Ecuador
para cubrir la demanda interna y responder por la cuota cafetera de
exportación y, sobre todo, un progresivo deterioro del ingreso y el trabajo
de los caficultores, en su gran mayoría pequeños y medianos productores.   En
su discurso de posesión como presidente, Juan Manuel Santos, prometió
convertir a cada campesino colombiano en un próspero y sonriente Juan
Valdez, con su mula y su carga de café, como el de la estampa publicitaria
de la poderosa Federación Nacional de Cafeteros.   ¿Pero dónde está ese
Juan Valdés de los cuentos de hadas? Está siendo perseguido por las balas y
gases lacrimógenos de los escuadrones represivos del ESMAD en pueblos y
carreteras del país, donde miles de caficultores protestan contra el
abandono del sector. Desde La Habana nuestra solidaridad con la lucha de
los campesinos, por sus muertos, decenas de heridos y encarcelados.   El
gobierno dice que no negociará con revoltosos, y el Ministro de Agricultura
justifica la represión brutal aduciendo con falsedad que “las FARC están
involucradas, están atizando, se están incorporando y están mandando
consignas para exacerbar los ánimos”.   En la mesa de La Habana hemos
propuesto que “la pequeña y mediana propiedad cafeteras sean objeto de
medidas inmediatas de protección, tales como subsidios, compensaciones y
salvaguardas extraordinarias, tendientes a la superación de la crisis
estructural del sector”. Hoy reiteramos esa demanda. Es urgente fortalecer
la producción cafetera nacional.   Por otra parte, continúa la huelga de
trabajadores contra la multinacional Carbones del Cerrejón, propiedad de
BHP Billiton, Anglo American y Xstrata. Dicha multinacional, que extrae al
año más de 32 millones de toneladas de carbón térmico y obtiene por ello
jugosas ganancias, gracias a la concesión leonina que le deja pírricas
regalías al país y al departamento de la Guajira, además de un desastre
ambiental de impresionantes proporciones, se negó a aceptar las justas
peticiones de aumento salarial, de beneficios en salud, educación y
transporte, de atención a más de 700 trabajadores que han sufrido efectos
irreversibles en su salud como consecuencia de su trabajo, y de políticas
ambientales, entre ellas, la suspensión definitiva del proyecto aplazado de
desvío del Rio Ranchería. El no rotundo de la multinacional recibió su
respuesta: la huelga.   Pero no solo protestan los campesinos caficultores
y los obreros del Cerrejón. Arauca está en paro cívico demandando Inversión
social, política ambiental, ayuda a los indígenas y arreglo de carreteras.
Los cacaoteros del Magdalena Medio ante la caída de precios del producto y
bajo la consigna no a la minería sobre su territorio, tienen bloqueada la
vía Barrancabermeja-Bucaramanga. Los habitantes de Nobsa, Boyacá, están en
pie de lucha en las calles exigiendo empleo a las multinacionales. Los
vendedores ambulantes protestan en la plaza de Bolívar de Bogotá. Los
transportadores anuncian paro contra la multinacional Pacific Rubiales
Energy. La Asociación Colombiana de Camioneros anuncia que se unirá a la
protesta nacional. Y gran parte de la ciudadanía del país siente que el
impuesto predial se está convirtiendo en un atraco.   Las exigencias
populares tienen que ser respondidas favorablemente. Esas justas luchas son
una expresión de los efectos devastadores que produce el modelo económico
neoliberal; representan un llamado a combatirlo y superarlo; merecen toda
nuestra solidaridad; y nos alientan en la idea de que la paz se construye
con justicia social.   Delegación de paz de las FARC-EP       Santos
colapsa por crisis de legitimidad Horacio Duque Giraldo / Miércoles 27 de
febrero de 2013 Es imparable el derrumbe de Santos. Está hundido en una
crisis de legitimidad que lo colapsó. Es hora de pensar en una
Asamblea Constituyente
como mecanismo fundacional de un régimen político pos-neoliberal que supere
la crisis de legitimidad del bloque dominante que se pone de manifiesto.   La
última encuesta sobre el gobierno del señor Santos, realizada por Gallup,
es fatal. Casi el 50% de los colombianos tiene una imagen negativa sobre su
gestión.   El jefe de la Casa de Nariño se raja en temas álgidos como la
corrupción, el costo de vida y la violencia sociopolítica. Arrastra de
tiempo atrás problemas vinculados con la impunidad de los "falsos
positivos", la fracasada reforma a la justicia, el problema de San Andrés,
la crisis de la salud, los males de la educación y la parálisis de la
administración. Por supuesto, la quiebra de la industria y de la
agricultura inciden en la inconformidad cívica que crece.   Santos, como
expresión de la autoridad y encarnación del régimen político imperante,
vive una aguda crisis de legitimidad que lo tiene colapsado; no tiene
consenso social y los apoyos se le esfuman con el paso de los días.   La
perdida de legitimidad quiere decir que cada vez son menos las actitudes
positivas hacia el gobierno y el régimen político de la Prosperidad
democrática, que es como se nombra el actual. No hay una legitimidad
específica como conjunto de actitudes de adhesión al sistema de poder y a
sus autoridades centrales, debido a la insatisfacción de determinadas
demandas por determinados actos del gobierno. En tales circunstancias, el
descontento -cuando se articula y expresa como parece ser lo que ocurre-
repercute de forma inexorable en las autoridades y en las estructuras del
propio régimen, que es lo que estamos registrando con las encuestas
publicadas ayer martes 26 de febrero de 2013.   Hay dos indicadores
centrales en la pérdida de legitimidad que no se pueden ocultar. El primero
se refiere al estado del orden civil entendido como la ausencia del recurso
no regulado y colectivo a la violencia, o a actos que amenacen con la
violencia, o en que haya una alta probabilidad de violencia directa contra
objetivos públicos o privados. Y el segundo, son las manifestaciones
generalizadas de oposición/obstrucción al régimen y/o a las autoridades,
cuyo origen se localiza, en nuestro caso, en grupos de ultraderecha
fuertemente anclados en amplios grupos de la población.   Siendo así, la
relación entre legitimidad y persistencia institucional se torna critica.
Menos legitimidad quiere decir fragilidad en la sostenibilidad política de
las instituciones. Es lo que lleva a pensar en términos de una potencial
crisis de hegemonía como manifestación de que las actuales clases
dominantes o el bloque dominante oligárquico va dejando de tener la
dirección de las clases subordinadas de la sociedad, de los centros
operativos de decisión y de operación del poder político (Estado), de los
aparatos de intervención económica estatal, de los aparatos ideológicos
(Iglesia, medios de comunicación de masas, aparato cultural y escolar) y de
los aparatos represivos por antonomasia (Ejército, política, justicia). En
suma, en una crisis orgánica que se traduce en una profunda crisis de
legitimación que afecta a la dominación en la formación social
comprometiendo a todo el orden social.   Resulta válido preguntarse
entonces los siguiente ¿será una Asamblea Constituyente la alternativa
adecuada para sentar las bases de una nueva institucionalidad que recoja el
consenso social y el apoyo popular como base de una nueva legitimidad
política?   Las verdaderas intenciones de Santos  – 27/02/2013Posted in:   Por
Gabriel Ángel   A estas alturas la trama del gobierno de Juan Manuel Santos
está suficientemente al descubierto como para ignorar la realidad acerca de
sus intenciones de paz. Y vale la pena alertar a la opinión nacional e
internacional al respecto. No es cierto que quiera la paz, ni que esté
animado por sentimientos de reconciliación, menos que lo muevan a actuar
aspiraciones de grandeza. Por el contrario, Santos obra de manera calculada
y aleve, a objeto de lograr imponer a la insurgencia colombiana todas las
condiciones y decisiones que de antemano ha concebido.   La principal de
las cuales es su rendición y sometimiento. Para ello se vale de todas los
timos que su especialidad como tahúr le ha enseñado. Aparentar lo que no
piensa, hacer creer al contrario lo que no es cierto, barajar con maña,
esconder ases bajo la manga y llegado el caso, patear la mesa con furia
alegando trampa para enseguida apelar a sus pistolas y eliminar al
contrincante. Como digno exponente de la más rancia oligarquía bogotana,
Santos siente enorme desprecio por las gentes que considera bajas, y sólo
piensa en aplastarlas como alimañas si no le obedecen.   Obviamente, los
primeros destinatarios de su odio de clase somos los integrantes de la
insurgencia armada, y entre ella las FARC-EP. Él, que ha pertenecido
siempre a los más altos círculos del poder, ocupando diversos ministerios
en los últimos gobiernos, siente mejor que nadie la enorme frustración que
significa haber empleado toda la fuerza del Estado, con el más sofisticado
apoyo tecnológico militar extranjero y cantidades ingentes de dólares, sin
poder doblegar la rebeldía que encarnamos dignamente los alzados. Por eso
se decidió a ensayar su propia fórmula.   Que en lo fundamental consiste en
unir creativamente todas las anteriores. La seguridad democrática de Uribe,
las conversaciones de paz de Pastrana, las exploraciones dubitativas de
Samper y hasta los diálogos en el exterior de Gaviria. Hábilmente esquivó
la experiencia del doctor Betancur, por considerar que implicaba conceder
demasiado protagonismo a sus enemigos. Lo nuevo de su estrategia está en la
apelación a las últimas teorías sobre resolución de conflictos, toda esa
argucia técnica y jurídica tejida por los expertos de Harvard y ahora tan
de moda aquí.   No somos tan ingenuos como para no captar el profundo
contenido de clase que se encuentra concentrado los estudios de los
académicos a sueldo del imperio, bien sea en los Estados Unidos, Europa o
Colombia. Las tres etapas de las conversaciones se hallan traspasadas por
una intención inocultable, la de dejar al llamado proceso de paz únicamente
el asunto de la desmovilización y entrega de armas, sobre la base de
considerar que los demás contenidos  teóricos recomendadas por los expertos
ya fueron o serán definidos por fuera de la Mesa.   Así que la guerrilla se
encontrará con una maraña insalvable de leyes y decretos elaborados de
antemano, y que ya se ocuparon, con la exclusiva visión del poder, de los
asuntos que debían discutirse en una mesa de conversaciones. La ley de
víctimas y restitución de tierras fue producida con el exclusivo propósito
de sacar de cualquier futura conversación el tema de los afectados por la
violencia imputable al Estado u otros agentes, para que en la Mesa pudiera
arrinconarse a la guerrilla con el tema de sus víctimas agigantado por una
enorme campaña de prensa.   Igual podría predicarse de la restitución de
tierras. Ninguno de los reclamantes inscritos o restituidos va a poder
referir su condición en una Mesa de Conversaciones. Sus casos se encuentran
en trámite y resultarían impertinentes, independientemente o no de que su
situación halle satisfactoria solución. Esa misma pretensión se tuvo con la
ley marco para la paz. La Mesa no tenía por qué ocuparse de fórmulas de
justicia por cuanto la ley ya las había establecido de antemano. La
justicia transicional sería el único marco de discusión admisible.   La
misma inspiración animaba el proyecto de ley de tierras y desarrollo rural
que terminó enredado por la cuestión de las consultas: presentar en la Mesa
una serie de hechos cumplidos que significaban un ligero marco para
proponer si acaso algún mínimo retoque. El tema, en todo caso, no tendría
desarrollos importantes en las conversaciones por cuanto ya sus principales
aristas habían sido fijadas por el legislativo con las  limitaciones
impuestas por el latifundismo, el capital agroindustrial y los
inversionistas externos. En esto patinaron y por eso están tan molestos.   El
único aspecto que el gobierno de Juan Manuel Santos desea inscribir en los
diálogos de paz es el de los presuntos crímenes de todo orden que imputa a
la insurgencia. Es un hecho tan notorio que ni siquiera puede ponerse en
duda. Desde su comienzo, el proceso ha estado rodeado de una gigantesca
campaña de prensa que atribuye a las FARC la comisión de toda clase de
ilícitos de lesa humanidad, de guerra, de desaposesiones y atropellos, con
la intención de constreñirnos al ciego reconocimiento de ellos, so pena de
acusarnos de haber mentido y engañado al país de nuevo.   Santos pretende
mostrarse ante el mundo como el hombre que generosamente extendió la mano
del perdón. Si la insurgencia lo rechaza, considera que contará con la
legitimidad necesaria para insistir en su aniquilamiento. Y si cayera en el
juego, contaría con alguna posibilidad de reintegrarse sin banderas a la
sociedad de injusticia y violencia que algún día soñó cambiar, descabezada
de sus jefes y cuadros que tendrían que pagar condenas y en todo caso
estarían impedidos para tomar parte en actividades políticas. Si es que no
son extraditados.   Por eso calumnia y difama con la seguridad que le
confiere el sentirse completamente impune. Sus discursos se encaminan a
engrandecer su obra a causa de nuestra ruina política y moral, olvidando
que somos sus adversarios no sólo en el campo de combate sino en una mesa
de conversaciones reconocida internacionalmente. Se ampara en la tesis de
que no se pactó ninguna tregua, ni siquiera en el discurso. Y amenaza con
poner fin al proceso si no se producen avances satisfactorios.
Satisfactorios para los de su clase, desde luego, no para los de abajo.   La
parafernalia está montada para caernos encima apenas se convenzan de que no
vamos a claudicar nuestras razones. Seguimos adelante pese a ello, porque
sabemos que millones de colombianos abrumados por la desigualdad, la
injusticia y la represión aguardan una esperanza cierta nacida de la paz.
Santos los ignora y aborrece por completo, seguro de que nos hallamos solos
y sin el menor respaldo en esta brega. En esto se equivoca por completo. Es
mucha la gente que nos acompaña y que está dispuesta a demostrarlo. No
lograrán asustarnos.                           27-02-2013  ¿Es pecado
cuestionar las Constituciones Políticas? Nuevos temas “tabú” en la
geopolítica latinoamericana Fernando Buen Abad Domínguez Rebelión/Universidad
de la Filosofía Ha costado, incluso golpes de estado y erupciones
des-estabilizadoras, la sola idea de convocar a debatir, y re-diseñar, los
cuerpos constitucionales de algunos países. Especialmente en aquellos
Estados en los que las Constituciones Políticas han sido deformadas para
arrodillarlas a los caprichos más turbios del neoliberalismo. Simplemente
no se toca. Y es que el nuevo (viejo) catálogo de “temas tabú” que el
neoliberalismo ha histerizado con sofocos y desmayos reaccionarios, tiene
como sus nervios más sensibles el problema de la “propiedad privada”, el
problema del latifundismo, el saqueo de los recursos naturales, la
explotación demencial de la clase trabajadora, los privilegios represivos
de los tres poderes amafiados y la negación sistemática de nuevas formas
del poder emanadas de la voluntad social y del ejercicio socialista de los
nuevos derechos humanos y sociales. Por mencionar sólo lo obvio.   Pero a
la burguesía le irrita que los pueblos interroguen y debatan su
constitucionalismo. A la burguesa le irrita que los pueblos sean capaces de
identificar los veneros ideológicos, y sus baratijas conceptuales, que se
deslizan para traficar “falsa conciencia” bajo las “sacrosantas” leyes que
los oligarcas imponen. Para un burgués se trata de temas “técnicos”
reservados a especialistas y los pueblos están ahí sólo para agradecer
algunas migajas filantrópicas que inventan los jurisconsultos para hacer
pasar por “Justo” lo que en verdad es una mascarada para legalizar todos
los hurtos, saqueos e injusticias del capitalismo. No hay atenuantes. Para
la lógica burguesa la idea de “sanción” no es otra cosa que la impartición
de una moral hipócrita ideada para arrodillarnos, resignados a su
“autoridad” imperecedera y omnipotente. No van a silenciarnos con chicanas
de eruditos ni retruécanos de leguleyos. No van a silenciarnos con sus
parrafadas tóxicas, herederas de tránsitos abrumadores al reino de
toneladas de papeles “teóricos” que son tan infernales como inútiles y
falaces cuando uno mira desnudo el estado real de la Justicia social.   La
lógica suprema de una Constitución Política debería ser subordinarse como
herramienta para la Justicia Social al servicio del desarrollo sin amos, de
la convivencia armónica y de la igualdad incondicional de las personas. De
la felicidad objetiva, concreta y en avance permanente. ¿Es eso posible en
una sociedad dividida en clases?. La Constitución política de la Justicia
Social, debiera garantizar que nadie se encarame en el trabajo de otros
para explotarlos, saquearlos o humillarlos. Debería garantizar, por todos
los medios, que se respete y realice la voluntad democrática de los
pueblos. Línea por línea, reglamento por reglamento, código por código, ley
por ley. Eso implica expropiarle a la burguesía su poder “superestructural”
de inmediato.   Una Constitución de nuevo género debe ser una herramienta
para defender a los pueblos de todo abuso del poder y de toda forma de
concentración del poder y el capital para esclavizar a los pueblos. Sólo
esto ya insinúa la tipificación de nuevos (viejos) modelos delictivos, por
ejemplo, el delito implícito en atentar contra el poder soberano de los
pueblos, el delito implícito en obstaculizar la voluntad democrática de los
pueblos, el delito implícito en usar violencia para someter a los pueblos a
los intereses de alguna secta, mafia o pandilla de vivales. Locales o
globales.   Incluso esa idea del “monopolio” de las armas –y la violencia-
que los Estados Burgueses se auto-asignan, es un delito si se piensa que no
debe haber ejército, fuerza policíaca ni otras formulas de “seguridad” que
no dependan de la voluntad del interés y de la soberanía popular. Cualquier
iniciativa superpuesta a semejantes condiciones es una usurpación contraria
a la lógica de las relaciones sociales igualitarias. En el súmmum de la
situación ha de estar la democratización socialista de las herramientas de
producción, palanca del crecimiento y el bienestar colectivo, en las que se
garantice justicia del trabajo, calidad y cantidad de la vida laboral, y
extensivamente, protección a la fuente de trabajo para libérala de su
carácter alienado y alienante bajo el capitalismo. Como bien lo explicó
Marx.   Sin el tejido de intereses de clase, subyacentes en el cuerpo
ideológico de la mayoría de las leyes y reglamentos burgueses, la idea de
“Justicia”, que financia el capitalismo, no es más que un circo demagógico,
burocrático, tramposo y corrupto, padre de muchas de las peores injusticias
perpetradas contra la humanidad. Hablar de Justicia no es asunto exclusivo
de jueces, abogados o de “especialistas”. Tampoco es asunto sólo de
instituciones gubernamentales. Es asunto de un pueblo entero y de su
revolución social en específico. Hablar de “Justicia” es parte de la lucha.
 Es verdad irrefutable que los pueblos claman por mejor y más expedita
“Justicia”, pero no claman por la “Justicia” de los amos, no claman por la
“Justicia” de los latifundistas, de los banqueros, de los empresarios y de
los clérigos que, por ejemplo, han instalado su “derecho” a la usura como
un principio universal de privilegios para esquilmar a los pobres y
convertirlos, además de víctimas del capitalismo, en “criminales”. Defender
semejante aberración es necesariamente un delito.   A espaldas de los
pueblos, las oligarquías imperialistas se reparten el botín producto de
explotar a los pueblos, a sus trabajadores y a sus recursos naturales.
Banqueros, empresarios, terratenientes e iglesias con ayuda de no pocos
gobiernos serviles, mueven inmisericordes sumas de “ganancias”
delincuenciales, mientras hunden en la miseria, el desamparo, el desempleo
y la desesperación a pueblos enteros. Eso es un delito. La suma de
desocupados a nivel mundial es hoy monstruosa, el hambre es una amenaza a
todo galope, la ignorancia arrasa generaciones enteras y ya sufrimos un
impasse de tristeza desgarradora que mezclada con desolación y desesperanza
configuran un delito universal incalculable contra la humanidad. Eso es un
crimen. ¿Qué “Justicia” toma cartas en este asunto? Sólo la nueva Justicia
socialista que los pueblos deben impulsar para su salvación plena. Todo lo
demás es, ahora mismo, palabrería y engaño. No alcanza con buenas
voluntades filantrópicas.   Que, durante el esclavismo, la esclavitud no
fuese considerada delito no implica que se acepte, mansamente, una campaña
burguesa exculpadora de todo atropello contra el género humano. Que el
capitalismo no considere a la explotación como un delito, en los hechos
punible, no implica que debamos entonces celébrarlo como un triunfo de la
legalidad burguesa ni como un ejemplo de “fortaleza moral” jurídica. Por lo
demás no podemos ser tan ingenuos como para seguir confundiendo a la
Justicia con las instituciones que se suponen salvaguarda y activadores de
aquella, y que bajo el capitalismo sólo la degradan confunden y postergan.
Hay que combatir a todas las instituciones y todas las condiciones en las
que el ser humano vive como un ser miserable, explotado, oprimido,
alienado… mutilado en suma e incapacitado para desarrollar todas sus
cualidades actuales y futuras. No permitamos que una aristocracia sustituya
a otra por más disfraz revolucionario que se invente. El problema de la
Justicia no es un problema “moral”, todo lo contrario, es un problema
material y concreto vinculado a la distribución de la riqueza física e
intelectual, sus condiciones objetivas de igualdad y acceso a las
herramientas propias de la dialéctica del desarrollo, indisolublemente
individual y colectivo.   No importa qué tan ingeniosos sean los enredos
“lógicos” o procedimentales que inventen los leguleyos burgueses para
hacernos creer que la Justicia es una utopía ya realizada por el “Derecho”
capitalista, la realidad es contundente, ofensiva, degradante y desafiante.
Entre otras cosas porque el “Derecho” en manos de la burguesía ha sido
incapaz de hacer Justicia, su rezago monstruoso, los millones de
expedientes arrumbados en las oficinas de los jueces… y los millones de
inocentes en las cárceles y en la humillación (por dar un ejemplo parcial)
son prueba de su derrota. Es impensable la Justicia, hoy, sin tocar
radicalmente al capital ni a la ganancia, sin pasar por el debate
capital-trabajo
*Samuel Barinas Varela*
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