Tuesday, July 28, 2009

EL CUENTO VIEJO DE LAS NUEVAS BASES MILITARES ESTADOUNIDENSES EN COLOMBIA

EL CUENTO VIEJO DE LAS NUEVAS BASES MILITARES ESTADOUNIDENSES EN COLOMBIA
por Juan Alberto Sánches Marín
Las nuevas instalaciones, según lo reveló la revista Cambio, cercana al narcogobierno, son las cinco principales bases de la Fuerza Aérea y la Armada en el país.

Apiay, Malambo, Palanquero, Cartagena y Bahía de Málaga. Las bases formarían parte de la nueva “arquitectura del teatro”, como ha llamado el Comando Sur a la extensa red de facilidades y funciones militares en América Latina y el Caribe.

Dice la Wikipedia, enciclopedia libre de la red, que le dio en la cabeza a un Artrópodo como Microsoft y le sacó de circulación su Encarta, que “una base militar es una instalación que es propiedad directa y operada por y/o para el ejército o una de sus ramas. En su mayoría acogen material y personal militar, así como instalaciones para entrenamiento y operaciones”.

Dice el gobierno colombiano, que ni es libre ni mucho menos tiene apuntes enciclopédicos, sobre las bases militares gringas, que de labios para afuera se instalarán pronto en el país y que corazón adentro ya están operando hace años y a sus anchas, dice que estas serán más bien centros de intercambio, formación, cooperación, en fin, cosas amables y beneficiosas que lo extraño es que no hayan sido reconocidas antes y que un gobierno abiertamente sagaz haya tardado dos mandatos para acogerlas en su seno.

Pero la realidad, ay, es otra y bien distinta. Si a la enciclopedia no se le puede creer todo, ni siquiera mucho, a la verborrea subrepticia y culebrera del gobierno hay que creerle menos, o, mejor aún, nada. Por supuesto, la Wikipedia está en lo cierto. Y, también por supuesto, el gobierno no está errado ni es engañado: sólo nos mete los dedos a la boca.

Palabras, palabras

William Brownfield, el embajador de los Estados Unidos, un tejano de pura cepa, que exuda por cada poro la misma patética moral de su anterior jefe, George, a la que se afilia a pasos agigantados el actual, Barak, porque nunca ha tenido otra, dijo hace pocos meses que "Colombia y Estados Unidos estamos colaborando en los esfuerzos contra la droga ilícita, en los esfuerzos contra la delincuencia internacional”. Y, claro, “parte de esa colaboración, sin duda ninguna, requiere acceso a instalaciones entre los dos países y requiere un ajuste".

Ya quisiera yo ver, en medio de tanta reciprocidad, a algún militar colombiano en territorio estadounidense, abriendo la boca para algo más que bostezar. Así fuera en cualquier cenáculo de cortapalos y así fuera para pedir que lo manden de sapo al frente afgano o al iraquí, o a los altos del Golám, “a morir por mis amigos”.

Ahora Brownfield, el pequeño guerrero, egresado del National War College (NWC), una especie de lobanillo en la National Defense University, quien de paso también fue asesor político, entre 1989 y 1990, del Comandante en Jefe del U.S. Southern Command, Comando Sur, en Panamá, insiste en que las bases en Colombia no serán bases, y en todo caso y si por algún azar lo fueran tampoco serán como la Eloy Alfaro de Manta. Así que parece que el desmantelamiento de la base aérea ecuatoriana en los mismos días en los que se anuncia que lo que sea que se monte “para entrenamiento y operaciones” en el país, es mera coincidencia.

Y sostiene el embajador, con un acento de western y un tartamudeo calculados, que lo hacen parecer cándido cuando en verdad es insolente a más no poder, que se trata de una colaboración en la que a los Estados Unidos no sólo van a servirles las bases aéreas, sino también las navales. Que todas les son necesarias a su país para tanquear [repostar] aviones y barcos, helicópteros y lanchas, en fin.

La misma pavada que ya canturreaba hace meses nuestro actual ministro de Defensa encargado, Freddy Padilla, cuando afirmaba que “una de las funciones que podría asumir Colombia, tras la salida de Estados Unidos de Manta, podría consistir en prestar instalaciones militares para que los aviones americanos se puedan reabastecer y recibir mantenimiento técnico, para evitar que tengan que viajar hasta su país y recibir la misma ayuda que se le puede brindar en Colombia”.

La única diferencia es que nuestro general hablaba de los hechos como dudosos, posibles, quizás deseables, es decir, con los verbos en un modo subjuntivo y en un tiempo digamos que imperfecto, en tanto que el embajador, dando la cara con la impunidad que le otorga ser quien es, en emisión de noticias de televisión del 18 de julio de 2009, lo refería como un hecho no sólo cotidiano, ya en ejercicio, sino como una práctica vieja, sin importancia de lo acostumbrada, o sea, soltando revelaciones en un pretérito perfecto simple del indicativo.

Un tris de memoria

Es una vieja historia la de las bases militares. Los romanos dejaban legiones enteras en las distintas rutas de sus avanzadas coloniales. Esas bases eran la manera obvia de garantizar la sujeción de los territorios conquistados y ocupados. Muy al oriente, unos siglos despúes, Gengis Khan hizo lo mismo, para hacer posible la cohesión de las miles de tribus que conformaban la colcha de retazos de su imperio. Y España, en su momento, cuando la conquista, atiborró de bases la geografía del Nuevo Mundo. Los hijos de Cristóbal Colón, Diego y Fernando, fueron expertos en el tema. Asesores perfectos aún sin Pentágono. Y España las mantuvo y reforzó durante la colonia, no solo para cuidar las entrañas, sino para defenderse de las bases móviles inglesas y francesas, pioneros como se sabe en las ardides usurpadoras de nuestros tiempos. Las bases militares son algo consustancial a los afanes imperiales. Ellas permiten mantener bajo control a los pueblos sometidos, sofocar voces y fuegos contrariados, mantener a buen recaudo las riquezas conquistadas, y actuar pronto y a discreción contra cualquier ruido en el sistema.

Estados Unidos, el imperio que en desventura nos tocó, ha echado mano de la estratagema desde que es imperio. No le han bastado las incesantes invasiones. En realidad, esas son sólo la fase inicial del cuento. La invasión, el acuerdo, la concesión, por la guerra o por la paz, por presiones, chantaje o voluntad interesada y entreguista de las elites ungidas con el poder local, abren la puerta. Las bases garantizan al gringo adentro.

El Canal de Panamá, desde su inauguración, hasta la entrada en vigencia de los tratados Torrijos – Carter, fue una base militar con canal. Después de eso, no se sabe a ciencia cierta lo que es, pero sí claramente que Panamá érase que se es un pequeño país a un canal pegado. Y la plataforma ahí, más trancada, menos visible, por la que vuelan y revuelan los mismos de antes, aunque ahora el cuartel central del Comando atienda en Miami.

Los Estados Unidos convalidaron internacionalmente el régimen franquista, que tantos devaneos tuvo con la Alemania nazi y la Italia fascista, a punta de bases militares, por la gracia de un tratado oscuro y oculto que todavía no se devela por entero y que facultaba a los Estados Unidos para operarlas con total impunidad. Una aquiescencia costosa, que el país ibérico, ya sin Paco y más de cincuenta años después, sigue pagando por cuotas y a punta de bases estadounidenses autónomas, en un país al que tanto le seducen las autonomías.

Pero no se trata sólo de España. Toda Europa fue minada de bases militares por los Estados Unidos y la OTAN, desde la guerra fría, con el pretexto de hacerle frente a una supuesta e inminente agresión de la Unión Soviética, la cual, claro está, nunca llegó, pero que dejó un cinturón de bases de norte a sur y de este a oeste, la mayor parte de las cuales continúa operativa.

Ratones cuidando el queso

América Latina, desde el punto de vista geopolítico, significa para los Estados Unidos exactamente el papel que sus gobiernos le han endilgado con desprecio, desde Harry Truman para acá: el de patio trasero, en el que están los recursos, las reservas, la despensa.

Las bases estadounidenses, también por esas casualidades que ya notamos, rodean la Amazonía, pacen junto al Acuífero Guaraní, florecen en las rutas comerciales más importantes, engordan en los lugares estratégicos y acechan como águilas a los gobiernos que no son amigos, que les producen malestar o que causan inestabilidad para sus propósitos, que son todos los de la región, con excepción de Felipe Calderón, en México, Alan García, en Perú, y, quién lo duda, Álvaro Uribe, en Colombia, y no más de 2 o 3 lacayos vergonzantes, en un mapa que suma 36 países.

Algunas de estas bases no tienen límites al número del personal de los Estados Unidos en ellas; le ofrecen acceso a puertos, espacio aéreo e instalaciones de los gobiernos no especificadas consideradas pertinentes; siempre buscan enraizarse, apropiarse, perpetuarse y expandirse en los lugares en los que se instalan; no son transparentes ni están sujetas a fiscalización, y muchas no son cobijadas por las leyes del país en el que están, ni siquiera por las de los propios Estados Unidos o por las leyes internacionales. Todas son un atentado flagrante a la soberanía del país anfitrión, burlando constituciones y llevando a cabo toda clase de funciones soterradas, a parte de las netamente militares, en los terrenos ideológicos, políticos y económicos.

Las gracias de una desgracia

En Colombia, las bases militares estadounidenses siempre han cumplido una función clara, que muy poco tiene que ver con la tergiversación oficial de su cometido, relacionada con pretextos que desmontan las propias cifras de una ojeada. El combate al narcotráfico es una falacia de la que da cuenta cada informe de Naciones Unidas. El antiguo Plan Colombia, luego Plan Patriota, ahora modelo de la Iniciativa Mérida que se implementa en México, es digno de capítulo aparte. Los mentados logros al respecto devienen de unas magnitudes que se volvieron directamente proporcionales: a mayor inversión, aumento de las fumigaciones con glifosato e incremento de la guerra, el desplazamiento y la persecución, pues más tierras cultivadas con coca y amapola, más “mulas” portando droga en los vientres y más narices enyesadas en las calles de los propios Estados Unidos y Europa.

La militarización constituye el armazón primario sobre el que se monta el proceso de colonización de los Estados Unidos en la región, que se complementa con el andamiaje económico.

Las bases de Tres Esquinas y Larandia, en el departamento de Caquetá, y de Villavicencio, en el departamento del Meta, que operan con la presencia de aviones y la inteligencia técnica del Pentágono, llevan tiempo apoyando el combate a los grupos subversivos, vigilando las fronteras y soltando en las calles gringos mestizados de afán, consumidores de whiskey, coca y putas silvestres.

Las nuevas instalaciones, según lo reveló la revista colombiana Cambio, son las cinco principales bases de la Fuerza Aérea y la Armada en el país: Apiay, Malambo, Palanquero, Cartagena y Bahía de Málaga. Estas bases harían parte, abiertamente, de la nueva “arquitectura del teatro”, como llama el Comando Sur a la extensa red de facilidades y funciones militares en América Latina y el Caribe, y, de seguro, estos engendros se parecerán más al ambiguo nombre inventado hace unos años por el mismo Comando, las llamadas “localidades de seguridad cooperativa”, CSL (por sus siglas en inglés). Un mecanismo más acorde con los tiempos y los designios actuales, más ágiles, expansivos y peligrosos, de fiera espantada a punta de palos y de los procesos liberadores del vecindario.

Colombia, pues, es el lugar perfecto, geopolíticamente estratégico, con dos mares, cinco fronteras y un presidente vil y servil, un simple mozalbete de espuelas, que los propios gringos ni siquiera tienen que arriar, sino atajarlo. Como cuando pidió a los Estados Unidos, durante la reunión de Davos de enero de 2003, la invasión de la zona del Amazonas, para rematar la lucha contra la guerrilla, y que llegó a impulsar la idea de una "fuerza de paz americana", para que interviniera militarmente en Colombia. Un aliado al que se tiene por el mango.

Un gobierno que se salta las talanqueras legales internas, a espaldas de una Comisión Asesora ornamental, un Congreso propicio, aunque con voces lúcidas e incómodas, unos medios de comunicación que hacen de parlantes de sus frases y comunicados, aunque también con algunas voces claras y chocantes, y un país entero, según sus propias encuestas, inconsecuente y obsecuente.

Un presidente, eso sí, definido y decisivo, que reclamará como un acto más de soberanía la presencia en el país de los estadounidenses, sus radares, sus buques, sus aviones y portaviones, por cuanto nos facilitará pelarle los dientes al vecino que sea. Y que reivindicará el acto a través de algún raciocinio para enmarcar: “En las bases de los Estados Unidos instaladas en nuestro territorio, obligamos a los estadounidenses a hacer lo que les venga en gana, dentro o todo el país alrededor de ellas, y nos damos el lujo de ignorar lo que hacen, y, de saberlo, nos permitimos la gracia de que no nos importe.” Queridos compatriotas, ¿qué más queréis?.
Fuente: Panorama Mundial
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"ÁLVARO URIBE HA GENERADO UNA POLÍTICA DE TERROR EN COLOMBIA”.
por Fernando Arellano Ortiz
El Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, habla sobre situación de derechos humanos en el país andino

“En Colombia, donde se ejerce el terrorismo de Estado por parte del gobierno de Álvaro Uribe Vélez no hay democracia”. La frase contundente es del activista argentino de derechos humanos y Premio Nobel de Paz 1980, Adolfo Pérez Esquivel, quien en diálogo con CRONICÓN, fue enfático en señalar que dicho gobierno “es responsable de crímenes de lesa humanidad”.

En la sede de su Fundación Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), localizado en el añejo sector de San Telmo de Buenos Aires, nos recibe con mucha afabilidad este incansable defensor por las causas humanitarias y la democracia en América Latina, la cual ve amenazada por los acontecimientos de los últimos meses.

Con relación al golpe de estado en Honduras, Pérez Esquivel observa que hay que tener muy presente el hecho de que “en el continente hay remanentes de fuerzas armadas golpistas, impregnadas de la Doctrina de Seguridad Nacional y con añoranza de las dictaduras que, en lugar de estar al servicio del pueblo, se han transformado en tropas de ocupación de sus propios pueblos, violando los derechos democráticos y los derechos humanos”.

Son estos sectores antidemocráticos, agrega, los que “pretenden imponer conflictos y guerras de baja intensidad en la región para defender sus intereses y evitar la soberanía y autodeterminación de los pueblos”. Y advierte a renglón seguido que en Latinoamérica “los grupos de poder económico, eclesiástico y político que no quieren cambio alguno y están dispuestos a imponer nuevamente gobiernos dictatoriales en los países que intenten cambios estructurales y la conquista de la soberanía y autodeterminación de los pueblos”.

La memoria es el caminar de los pueblos

El análisis sobre la crisis humanitaria que vive Colombia fue el tema recurrente de esta entrevista con Pérez Esquivel, quien se refirió a tópicos como la memoria histórica, los procesos de reparación a las víctimas de los crímenes de Estado, las violación sistemática de los derechos humanos por parte del gobierno de Uribe Vélez y el contaste, que frente a todo ello, significa el esfuerzo que desde la administración de Bogotá hace el alcalde Samuel Moreno Rojas para consolidar una política pública de Seguridad Ciudadana, cuyo énfasis es el desarrollo humano para garantizar los derechos fundamentales.

- Uno de los aspectos esenciales en la reparación de víctimas por violación de derechos humanos es la recuperación de la memoria histórica. ¿En América Latina estamos en posibilidad de desarrollar en aquellos países víctimas de violación de derechos fundamentales procesos que nos permitan encontrar la verdad?

- Sí, venimos trabajando en distintos países procesos de recuperación de memoria histórica, como es el caso concreto de Argentina por todo lo que representa en sus distintos aspectos. Nosotros este proceso lo llevamos a la opinión pública a través de universidades, escuelas, centros culturales, porque la memoria no puede estar restringida a un sector, dado que ella con sus luces y sombras constituye el caminar de los pueblos. Hay que tener en cuenta que la memoria histórica no es para quedarnos en el pasado sino para iluminar el presente, porque es a través del presente que podemos generar y construir mejores condiciones de vida, lograr el fortalecimiento democrático, la vigencia de los derechos humanos, que mejora la vida de un pueblo en su integridad, y esto es fundamental. Pongo un ejemplo: nosotros en la Argentina venimos haciendo un trabajo de memoria con la Fuerzas Armadas que fueron las más du ras en cuanto a la dictadura y la represión en el cono sur de América Latina, no obstante que las nuevas generaciones de oficiales no tienen nada que ver con esas Fuerzas Militares, sí tienen que asumir la responsabilidad institucional.

- ¿Cuál es el enfoque de ese trabajo?

- Trabajamos el tema de la memoria con los altos mandos de las Fuerzas Armadas, fundamentalmente yo vengo desarrollando una labor con la Marina y la Policía Federal en el sentido de comprender cuál es el rol de las Fuerzas Militares en la construcción democrática, y pienso que no puede haber un proyecto de país si estas instituciones están ausentes, pero tienen que estar presentes con una mentalidad al servicio del pueblo y no lo que fueron y lo que son en las dictaduras como tropas de ocupación de sus propios pueblos.

- ¿Y en cuanto a reparación de víctimas que nos puede decir, teniendo en cuenta que en Colombia estamos en ese sentido en un proceso muy prematuro?

- Primero, la reparación parte del derecho de verdad y de justicia, después puede venir la reparación social e institucional, porque muchas veces cuando se alude a este tema se habla de una reparación económica pero nunca ésta resuelve el problema de vida de las víctimas. Este problema se ha resuelto de distintas formas dependiendo de los países. En Argentina hay un trabajo que se viene realizando de búsqueda de verdad y justicia, la sanción, juicio y castigo a los responsables de crímenes de lesa humanidad y también la compensación que el Estado como tal tiene que hacer a las víctimas, muchas de las cuales quedaron en la total indigencia.

Uribe, cómplice de los paramilitares

- Ustedes en Argentina lograron consolidar organizaciones que han sido definitivas en defensa de los Derechos Humanos. En Colombia apenas se están dando pasos en ese sentido y es destacable la labor que viene realizando la senadora liberal Piedad Córdoba con la concreción de un colectivo denominado Colombianas y Colombianos por la Paz. ¿Cómo ve usted este proceso organizativo?

- La senadora Piedad Córdoba es una luchadora, es una mujer que viene trabajando por la toma de conciencia del pueblo colombiano, por el derecho de verdad y de justicia; ha estado en esta misma Fundación, hemos conversado largamente; me parece que es una figura emblemática no sólo para Colombia sino para América Latina. Es una gran labor la que está haciendo no solo por encontrar la paz para su pueblo sino por lograr la liberación de las personas que están en manos de las Farc. Pero también por la denuncia que hace del gobierno de Uribe que viola sistemáticamente los derechos humanos. Yo como presidente del Tribunal Permanente de los Pueblos y mis compañeros pudimos comprobar esto. Es evidente el hecho de la responsabilidad del Estado y del gobierno de Uribe apoyando a los paramilitares y a los parapoliciales, generando una política de terror, lo cual lógicamente daña la democrac ia en Colombia y es un pésimo precedente para América Latina.

- ¿Usted considera que en las actuales circunstancias hay democracia en Colombia?

- No, en Colombia no hay democracia.

- ¿Por qué lo dice?

- Democracia significa derecho e igualdad para todos. Democracia no es poner un voto en una urna que muchas veces es un proceso manipulado. Democracia es el derecho a la libertad de cada una de las personas que no existe en Colombia porque cuando un Estado ejerce el terrorismo no puede haber democracia. Y el Estado colombiano es terrorista y por lo tanto no hay democracia. De qué estamos hablando: poner el voto en una urna no garantiza la democracia. Lo que la garantiza es el respeto a la Constitución y las leyes, su cabal aplicación y el respeto al pueblo, y eso no existe en Colombia.

La seguridad pasa por políticas sociales

- Usted hizo parte recientemente de una comisión internacional que trabajó el tema de la seguridad tanto nacional como ciudadana. ¿Cuál es su visión al respecto?

- Sí, yo trabajé este tema con la Comisión de Paz a nivel latinoamericano que fue presidido por el actual director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavía. En esta Comisión abordamos los temas de seguridad ciudadana, seguridad interior, seguridad nacional y regional y el resultado de este estudio lo entregamos tanto a la OEA como a Naciones Unidas. Primero hay que definir en qué consiste la seguridad. Todo ciudadano y ciudadana tiene derecho a la seguridad, ¿pero a qué tipo de seguridad? ¿Qué pasa con los niños abandonados, explotados, violados y marginados? ¿Qué pasa con el derecho de un ciudadano en una sociedad, con sus libertades cívicas, con los derechos económicos, sociales y culturales? ¿Qué pasa con eso? Y la respuesta es que hoy en día están carentes. Entonces, la seguridad no pasa por poner m&aac ute;s policías y más soldados, al contrario, ello genera mayor inseguridad. La seguridad pasa por políticas sociales: educación salud, vivienda digna, condiciones de trabajo, por redistribución de la riqueza que hoy en países como Colombia y Argentina no existe, porque hay una gran concentración de la misma en pocas manos y un alto índice de exclusión. Cuando hablamos de seguridad tenemos que tener en cuenta ésta no consiste en lo que quería hacer el ex presidente Bush de mandar sus tropas a todos los rincones del planeta para defender sus intereses, o lo que hacen las multinacionales que en el caso de Colombia contratan a los ejércitos privados y a los paramilitares para proteger sus negocios.

Lo que se hace en Bogotá es seguridad

- En el caso de Bogotá, la administración distrital del alcalde Samuel Moreno Rojas le apuesta a la Seguridad Ciudadana invirtiendo en lo social. De cada cien pesos que recibe el Distrito 75 se invierten en programas sociales…

- Ahí está la seguridad, lo que se está haciendo en Bogotá es la seguridad, esa es la seguridad social, que todo ciudadano tiene derecho, que ningún gobierno se la regala. Es el derecho ciudadano y el ejercicio participativo de la democracia. Por eso hay que profundizar los conceptos de seguridad. Para mí, seguridad es que no falte un plato de comida en ningún hogar, que todos tengan acceso a la salud, a la educación, a un trabajo digno, al derecho a las libertades ciudadanas, ahí vamos a construir una democracia. Porque la democracia y la vigencia de los derechos humanos son valores indivisibles, si se violan los países dejan de ser democráticos, porque como dice ese gran escritor de América Latina y amigo uruguayo, Eduardo Galeano, hablando de las condiciones de varias de nuestras naciones, esto más que democracias se asemejan a “democraduras”, utilizando ese juego que tie ne de la palabra; la palabra que camina como dicen los hermanos indígenas del Cauca; hay que hacer caminar la palabra. Y en este sentido quiero rescatar una cosa y es esta: el pueblo colombiano no ha bajado los brazos a pesar de todo, tiene la capacidad de la resistencia de hombres y mujeres que quieren otra Colombia.

- En su condición de Premio Nobel de la Paz, terminemos esta conversación con un mensaje suyo al pueblo colombiano…

- Mucha fuerza, mucha esperanza y hay que seguir construyendo a pesar de todo. Creo que aquel que baja los brazos es porque está vencido y el pueblo colombiano no está vencido, yo lo pude comprobar. Los colombianos tienen que unirse, pensar en las alternativas sociopolíticas, económicas, culturales, espirituales para construir un nuevo amanecer. Sigo muy atento día a día lo que pasa en Colombia, así que un fraterno abrazo solidario como hermano latinoamericano.
Fuente: Argenpress

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