Joaquín Pérez Becerra: de nombres y de campanas
por Chris Gilbert
Lo dicho por el Presidente Chávez la noche de 30 abril casi no merece comentario. En verdad, es un pastiche de lo que antes habían dicho sus apologistas –que la culpa es de Suecia, o de la víctima misma, o de la línea aérea, o de los infiltrados, etc.– mezclando ésto con algunas viejas ideas promovidas por el ejecutivo en momentos de crisis: sobre todo la de que el gobierno de Salvador Allende fue tumbado por los ultraizquierdistas (planteamiento notable por borrar el papel de un tal Pinochet, que no era precisamente un ultraizqueirdista). Sin embargo, hay dos elementos que ameritan nuestra atención; primero, el (extravagante) concepto de Chávez sobre la responsabilidad: el Presidente reiteró que él asumía la responsabilidad mientras hizo todo lo posible para evadirla en su discurso, –y en una frase que cuesta entender– dijo que Pérez Becerra tendría que asumir “su responsabilidad”.
El otro elemento llamativo en la elocución de Chávez fue un pequeño gesto teatral cuando fingió no saber el nombre del hombre que él mismo dio la orden de entregar al régimen semifascista de Juan Manuel Santos. Algunos de los que le acompañaban le dieron el nombre, que Chávez simuló escuchar por primera vez, y luego continuó el discurso refiriéndose al periodista que entregó por su apellido más genérico: “El señor Pérez...” (En la siguiente frase, buscando un registro más popular, eliminó la última consonante “El señor Pére' se montó en un avión”.)
Olvidar y machucar un nombre... En la filosofía del lenguaje se acostumbra a llamar al nombre propio un “designador rígido”: “rígido” implica que el “designador” no denota un conjunto de atributos, sino que conecta necesariamente con la persona como singularidad (“en todos los mundos posibles en los que esta persona existe”, en los términos de la lógica modal). Es evidente que los que no quieren asumir responsabilidad frente al otro tienen que romper este hilo de denotación –o sea, esta suerte de cordón umbilical referencial con otro ser. Ciertamente esta es la razón por la que en cualquier acto de barbarie, como son las desapariciones y los genocidios, los victimarios buscan borrar los nombres de las víctimas. Por otro lado, en los homenajes y monumentos a éstas, se hace todo posible por reencontrar los nombres y preservarlos. Es así como afirmamos nuestra humanidad común.
“Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo”. En los días que siguieron la entrega del compañero Joaquín Pérez Becerra, yo tuve en mente ésta meditación de John Donne retomada por Hemmingway; el texto termina así: “me encuentro unido a toda la humanidad, no preguntes por quién doblan las campanas, doblan por tí”. Donne opera con una vieja figura que existe tanto en el occidente como en el oriente: la vida nos divide, la muerte nos une con Dios y con nuestra humanidad común. Como hombre de la época moderna, Donne se preocupa más por la humanidad que por lo sobrenatural; el escritor inglés también agrega que en vida, pensar en la mortalidad nos da acceso a la humanidad compartida. Esta idea desemboca en otro concepto –que añade nuestra época, la época de Marx–: que la enajenación de nuestra humanidad común es producto de condiciones históricas, y por tanto es superable.
En la frase anterior la palabra clave es “añade”: la práctica revolucionaria no elimina ni posterga el sentimiento de humanidad, sino que opera a partir de ésta; podemos decir que es la expresión más profunda de nuestro concepto afectivo. En las palabras del Che, “Si eres capaz de temblar...” se puede escuchar también la afirmación de Immanuel Kant de que “El sentimiento de la humanidad no me ha abandonado” (para explicar el esfuerzo que realizó al permanecer en pie ante a un visitante, a solo unos días de su muerte). Y es que sin el sentimiento de la humanidad –sentimiento que sobrevive (pese a la barbarie moderna) en acciones colectivas, en las conmemoraciones de nuestros mártires y en lo que compartimos como el trabajo o el amor– no se puede avanzar, no hay camino.
Si el sentimiento de la humanidad rige nuestro afecto, entonces nuestro concepto de la política es –como parte de la praxis humana– un ejercicio de libertad. La praxis humana es esencialmente abierta, creativa, infinita, y por lo tanto libre. A fortiori, también el comportamiento político y el discurso político son libres ya que nunca dejan de trascender su determinación a través de los códigos semánticos y las condiciones históricas. En este sentido, el comportamiento político tiene una dimensión ética que no puede ser eliminada con falsos discursos sobre las “razones de Estado” ni con evasiones como “nos metieron una trampa” o “lo sembraron aquí”. Sin embargo, lo más extraño en el discurso del Jefe de Estado fue el llamado a un detenido –a quien él mismo privó de muchas libertades– a asumir su responsabilidad, mientras intentaba eliminar (incluso semánticamente) la responsabilidad propia. No dudo que el compañero Pérez Becerra asumirá la responsabilidad de combatir esta entrega ilegal e inhumana por la parte del gobierno venezolano; por nuestra parte, todos aquellos a los que “el sentimiento de humanidad no nos ha abandonado” combatiremos en acciones, denuncias y hechos organizativos esta traición.
Video de comparencia pública de dirigentes populares venezolanos, repudiando la entrega de Pérez Becerra
http://www.youtube.com/watch?v=WnCLWl_3igc
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