SEGUNDA Parte
Explica la respuesta sólo hasta punto, pero no un incondicional patrocinio a un régimen autocrático, que no puede justificarse siempre y en blanco. Si así lo admitiera la Izquierda ¿qué la diferencia a futuro de la derecha o del fascismo global creciente?
No sólo debe denunciarse lo abominable porque corresponde a los principios de la Izquierda no guardar silencio ante lo evidentemente injusto, sino porque esa impugnación no puede ser patrimonio de organizaciones de derechos humanos de la derecha que condenan violaciones o abusos cometidos por regímenes supuestamente disidentes, pero no el sistema de dominación global capitalista en cuyo funcionamiento se explica la inmensa mayoría de las violencias más graves que enfrenta la humanidad.
La misma pregunta hecha sobre Libia surge ante el caso colombiano. Una mejora de las relaciones comerciales y en otros ámbitos económicos y de seguridad entre Colombia y Venezuela es admisible pero no es suficiente argumento para disculpar violaciones a los derechos humanos cometidas por los gobiernos de estos países, como se patentó recientemente en la injusta entrega de Joaquín Pérez Becerra y la probable devolución del cantante Julián Conrado, miembro de las FARC-EP, entre otros hechos que desconocen instituciones básicas de derecho progresista como las referidas a un abanico de posibilidades de neutralización y salvaguarda de la persona requerida, derivadas de la materialización y alegato del asilo territorial.
¿Acaso esa lógica sacrificial de seres humanos es parte del precio que debe pagarse por dicha mejora? Sabemos que es preferible esta coyuntura y tendencia frente a la provocación que el anterior presidente colombiano, Uribe Vélez, estaba preparando para la descomposición de esas relaciones, al extremo de llevar a un posible enfrentamiento entre los dos países y al aislamiento internacional y acusación del gobierno de Hugo Chávez. Por eso se valora positivamente recomponer en beneficio de Venezuela esas relaciones, desactivando o cambiando provisionalmente parte del rumbo de planes belicistas que junto a otros agentes como USA y la Organización de Estados Americanos, OEA, se organizaban contra la Revolución Bolivariana. Pero volvamos al interrogante: ¿entonces por esas razones esos pactos deben estar exentos de crítica? ¿Per se deben ser asumidos como irrebatibles y constructivos? Por esa vía, objetivamente, una parte de la Izquierda venezolana - oficialmente el gobierno -, se distancia de las víctimas y se pone en contra de seres sufrientes, empobrecidos y vejados.
Hay miles de miles de seres humanos sobre cuyas cabezas pesan años de exclusión y violencia por un régimen como el de Gadafi. Cabezas de pobres sobre las que ahora también caen a diario bombas de la OTAN. Las mismas piezas bélicas Made in USA e Israel que son disparadas en Colombia, país bisagra, donde diferentes antagonistas resultan socios de hecho en una misma aventura guerrerista.
Señala acertadamente Santiago Alba Rico frente a la situación en Libia y Siria, en el contexto de las revueltas árabes, que la reacción de una parte de la Izquierda, en particular de América Latina, es contradictoria, pues resulta distorsionando o mintiendo tal y como lo hace la derecha, para ensalzar autócratas, como si fuesen líderes revolucionarios, contra los derechos de los pueblos, contra la posibilidad de su rebelión ante opresiones1. Agrega que esas revoluciones árabes eran nuestras, de la Izquierda latinoamericana, pero que se han ignorado, por ejemplo por los países del ALBA:
“Empezaron como el “caracazo” de 1989 que luego llevó a la victoria bolivariana; como las luchas indígenas en Bolivia y Ecuador que auparon a las masas populares al gobierno; como la de los piqueteros en 2002 que lograron al menos la derrota total del menemismo y la democratización parcial de la A rgentina”.2
El menosprecio y el error, el descuido y la torpeza, el no decidido acompañamiento ético, político y diplomático a esas revueltas árabes (como todas: ni ideales ni intachables), en suma, esa tibieza, ha contribuido a que sean las potencias occidentales las que estén presentes en la tensión directa y se beneficien del grito rebelde, sea éste pacífico o no. Hemos contribuido desde la Izquierda con esa pasividad a que los imperialistas se adueñen e intervengan, colonicen, neutralicen y corrompan los movimientos de rebeldía, para así asegurar la contrarrevolución, o intenten hacerlo con gran ventaja. Libia plasma esta arremetida.
¿Tiene esto que ver con la situación colombiana? ¿Existen posibilidades de homologar un cuadro con otro? La equiparación o el contraste Gadafi – Santos resulta de la mecánica maniqueísta y del doble rasero tanto en el nivel de las decisiones de las potencias de primer orden, lo cual no nos extraña, como también en el plano de las posturas de países que no están inscritos en el poder dominante del Occidente capitalista sino que disputan márgenes de legitimidad y control relativo de algunos factores
políticos y económicos, como Venezuela, lo cual sí nos desconcierta. Mecánica en parte compartida por aplicación doblegada del paradigma realista de las relaciones internacionales, en contra de un modelo idealista de las mismas. Con ese manejo en esencia desprovisto de valores colectivos y cargado de intereses denominados “egoístas” (simplificadamente: realismo), por oposición a los “altruistas” (abreviadamente: idealismo), se están surtiendo determinados hechos, que coinciden en tiempo y espacio con algunas decisiones tomadas en Caracas.
Sobre esas decisiones puede estimarse que son no sólo lesivas a derechos de sujetos rebeldes dignos de un trato diverso en razón de su condición política y ética (me refiero abiertamente a los varios “subversivos” acusados de ser del ELN o de las FARC-EP, entregados por Venezuela al gobierno de Santos en los últimos meses), sino también lesivas o desalentadoras de procesos políticos de encuentro para el diálogo, patrimonio al que se renuncia temporalmente, en nombre del realismo o del “pragmatismo
absolutamente equivocado” de “la razón de Estado”, como anotó Néstor Kohan3 sobre
el caso de Pérez Becerra o como puede indicarse en el envío del cantautor insurgente Julián Conrado, frente al cual el propio presidente Chávez confirma dicha “razón de Estado”. Una “razón” blindada que ataca “como deber” esas subjetividades de insurgentes, mediante denigrables transacciones con las que se les trata como mercancías o medios de cambio, invocando “razones de seguridad” (aparejadas a las “razones humanitarias” de la OTAN para lanzar bombas en Afganistán o en Libia), esgrimidas como “obligaciones de derecho”, con las cuales se convierten en sustentadores utilitarios de un derecho dual en su vertiente más retrógrada, de estirpe colonial: sostenedores en uno y otro caso de un supuesto Estado de Derecho internacional, bajo cuyo paraguas la ONU y OTAN matan y también bajo cuya férula se revalidan órdenes de captura de la Interpol, como si en ellas se expresara la verdad suprema, contra refugiados políticos como Pérez Becerra, o contra opositores en armas como Julián Conrado.
El gobierno de Venezuela viola así no sólo lo que pudieran ser principios éticos revolucionarios sino imperativas garantías de protección, reconocidas en tratados de mayor categoría que los pactos de colaboración policial, garantías propias de una vertiente humanista ya de por sí aminoradas en ese derecho internacional que hoy Venezuela refrenda de manera esquizofrénica: colabora con la estrategia del Imperio mientras es agredida por decisiones de éste (véase el reciente caso de sanciones a PDVSA). Responde con un gesto de sometimiento – paradójicamente sin temple alguno en la matriz realista de relaciones internacionales – al entregar a uno de los gobiernos satélites de USA dirigentes rebeldes que Washington desea como insignias de ejemplar lucha “anti-terrorista”.
No solemos ser ingenuos. Sabemos, a la luz de la experiencia y de la entidad del enemigo, que una Revolución como la de Venezuela no debe exponerse en nada, sino que debe respetarse, defenderse o resguardarse con enmienda de los errores y de las irresponsabilidades propias y de otros. Con previsión y cautela. Concientes que la contrarrevolución está con las botas puestas y que actúa en múltiples tableros. Repasamos por eso el frustrado golpe de Estado de 2002 contra el comandante y presidente Chávez. También hacemos memoria de dónde está y cómo Pedro Carmona (Colombia / en calidad de “perseguido político”, con los privilegios de protección que
Venezuela acaba de negar a verdaderos perseguidos políticos). Y recordamos quién amparó a este empresario golpista (Juan Manuel Santos, entre varios representantes de la oligarquía colombiana). No olvidamos para saber.
Por eso conocemos que no debe dársele al enemigo pretextos adicionales a la batería que ya carga contra los principios éticos y políticos de la Izquierda a la que busca desarmar no de frente sino distorsionando las causas y demostraciones con las cuales la derecha no razona. Pero tampoco podemos perder la cuenta de las veces que, incluso cambiando el rumbo en muchos proyectos de transformación, renunciando a ejercicios de vida, el Imperio ha asaltado y obligado a morder el polvo a quienes han desestimado el poder de la reacción, posicionada así para continuar ganando, como lo está haciendo no sólo en Colombia sino de hecho en la región, gracias a la colaboración venezolana (una sección aparte merece el análisis de la profilaxis del gobierno golpista de Honduras, en la que han participado Santos y Chávez).
En la estrategia militar y política concertada de Colombia y USA, el comandante Chávez ha sido no sólo neutralizado inteligentemente sino vencido poco a poco, haciendo añicos su propias palabras. De enero de 2008, cuando pidió razonablemente que las FARC-EP y el ELN fueran consideradas fuerzas beligerantes4, se ha pasado a
incorporarlo a él en la posición diametralmente contraria. En contradicción con los valores de la revolución bolivariana, Washington y Bogotá le han asignado objetivamente a Venezuela estar no sólo en la tropa y como carcelero, sino entre quienes aíslan políticamente a una de las partes contendientes, para que un proceso de paz no sea posible. Expresó Santos el lunes 23 de mayo de 2011 sobre Chávez y su papel que “una de las condiciones fue que él dejara de hablar de la paz en Colombia”: “Lo ha cumplido al pie de la letra y fíjense cómo ha contribuido”5. ¿A cambio de qué? “Nosotros estamos cumpliendo con nuestra obligación y seguiremos haciéndolo y estoy
seguro que de allá también… que no se permitirán conspiraciones contra V enezuela en territorio colombiano”, afirmó el presidente Chávez6.
Santiago Alba Rico escribe: “Lo que no nos parece aceptable como ética revolucionaria y se nos antoja contraproducente desde el punto de vista propagandístico es esta decisión: entre un dictador que no nos acaba de gustar del todo y un pueblo que no nos acaba de convencer del todo, acabamos eligiendo, imitando en esto a los imperialistas, al amigo dictador”.7 Santiago Alba no se refiere a Santos sino a Gadafi y a la decisión
venezolana de apoyarle. Yo en este párrafo que copio de él, sí me refiero a Santos, y no cambiaría casi nada, nada sustancial, de las palabras usadas por Santiago Alba, para reflejar el mismo problema ético, pues hay más que un dilema o una disyuntiva. Y hay más de dos matrices. Si la justicia está de nuestra parte, la inteligencia también. Ni el realismo es de los poderosos capitalistas e imperialistas exclusivamente, ni para ejercerlo hay que repudiarse del predicamento revolucionario; ni el idealismo de los de abajo es impotente, ni debe mendigar nada a cambio de un ápice de dignidad. Se pueden entretejer, tanto como se pueden y deben tramar transiciones, no para salvarnos, sino para salvarnos de la retirada.
Quien esto escribe intuye, desde una cómoda mesa, que es muy complejo enfrentar teórica y prácticamente ese realismo secuaz articulado por centros de poder mundial
por pretendidos hegemones regionales. Ese paradigma clásico de implacabilidad es el que les hace dominar mirándose en función del capital y su aseguramiento en todos los planos. Lo más preocupante es que sometidas ante ese espejo y emplazadas por una supuesta necesidad de alianzas tácticas, pueden confundirse y encorvarse las políticas internacionales de países de andadura insurrecta o progresista, que todavía se nos traslucen como ejemplo por sus líneas de vocación social y democrática. Lo que acontece por decisiones de Venezuela y también por similares desenlaces de Ecuador, respecto del gobierno colombiano liderado por Santos, abre un paréntesis de consternación. Tal decaimiento y opacidad despoja de una certeza de compañía. Hacen daño. Aturden. Hunden en el fango.
Para salir de ahí, debe recobrarse un espíritu de utopía desnuda; de idealismo como munición y pulso de una realista responsabilidad moral de las fuerzas con las que se cuente; de coraje ante la incertidumbre y de lucha frente a la desesperanza. De auténtica resistencia en estos tiempos de mercado y pavoroso receso.
2. S e r c o he re nte me nte anti i mpe ri al i s tas para s e r rac i o nal me nte jus to s .
El Che c o mo re f e re nte .
Se precisa en consecuencia despejarnos de lo artificioso. Por eso no citaré preferentemente un marcapasos que pueda desagregarse sino un corazón íntegro. Un ser humano revolucionario único y universal, que escribió con su sangre el oficio de ser capaces de sentir en lo más hondo lo injusto, de indignarse ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Nos ayudará en los criterios de construcción de lo correcto.
Ni fue entonces ni puede parecer ahora una vana formulación la que aparecía en la carta del Che Guevara a sus hijos. Es un complejo y fundamental mensaje que no sólo se aprende, en el sentido de la consigna entendida, sino un enunciado al que nos aprehendemos, en tanto nos podemos aferrar a él, como quien se sujeta a un armazón moral para no caer, hoy apuntalado incluso por buenos y escasos libros que nos llaman a la indignación, como el de Stéphane Hessel.
Nos ayuda el Che. Más cuando a la relatividad y debilidad de las palabras mismas empleadas en el mensaje traducible al “amarnos los unos a los otros” (común en el discurso y en la divagación de diversas reglas y tradiciones culturales, religiosas o no), se sobrepone y nos orienta el ejemplo histórico de quien hizo de esa afirmación no sólo una sencilla frase que interpela hoy en la mecánica mental, sino que encarnó con ella una auténtica tensión ética que nos emplaza siempre y en todo lugar, sin límite ni el tiempo ni en el espacio, en nuestra convulsión espiritual. Por esa razón Che Guevara no es una marca o imagen estampada, sino una fuente viva de humanidad en la dignidad misma de sentir lo injusto para obrar hacia la justicia.
Algunos ejercicios de oposición al orden global dominante se inspiran en ese sentimiento general, como rutinas de subjetividades sensibles que irradian intermitente escasamente ámbitos colectivos de algún áurea notable - no me refiero en general al tipo Ongs ni a redes de moda contestataria, que son mucho menos que eso -, pero que son reacciones que, cuando mucho, llegan a estremecimientos que no encuadran y contrastan suficientemente esa lección de la “indignación por la injusticia” con ese otro deber sagrado, definido en el quehacer que el propio Comandante Che Guevara trazó: “luchar contra el imperialismo donde quiera que esté” (Carta de despedida a Fidel).
Evocación volcada como urgencia, tanto a hechos como a palabras que no se olvidan y que nos conminan, que cualquiera que se afirme anti-imperialista y revolucionario debería recordar: “no podemos negar nuestra simpatía hacia los pueblos que luchan por su liberación, y debemos cumplir con la obligación de nuestro gobierno y nuestro pueblo, de expresar contundentemente al mundo, que apoyamos moralmente y nos solidarizamos con los pueblos que luchan en cualquier parte del mundo, para hacer realidad los derechos de soberanía plena proclamados en la Carta de las Naciones
Unidas”8. Refiriéndose a la contrainsurgencia contra los campesinos y rebeldes
colombianos en los años sesenta, en esa misma exposición Che Guevara mencionó la formación en ese entonces de “la internacional del crimen” encabezada por el gobierno estadounidense.
Lo que quiero expresar con esta verdadera invocación, es lo que sintetiza un problema no sólo teórico sino de fuerza material inmediata y mediata, de impacto práctico por acción u omisión. Se refiere a una cuestión universal ampliamente extendida en diversidad de culturas y procesos de creación y de organización humana social, económica y política, que atraviesa nuestra propia constitución antropológica y por lo tanto diferentes grandes épocas, de la que ningún ser o colectivo deja de ser heredero: la rebelión. Para que ésta sea, no sólo como criterios formadores del concepto sino articuladores de su potencial, concurren en esencia esos dos elementos. De un lado el sentimiento de indignación por la injusticia (sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo), homologada como causa subjetiva o móvil altruista, y complementariamente siempre, el segundo elemento: la lucha y ataque - siempre defensivo - contra las instituciones y bases de esa injusticia estructurada como lógica dominante. Es decir, en la actualización al menos del último medio siglo (y podríamos por supuesto ir más atrás): la lucha contra el Imperialismo o el Imperio, como orden o sistema que engloba la mayor composición y descomposición del capitalismo. Esto se homologa como factor objetivo que explica contra qué se dirige o debe dirigirse el mencionado sentimiento altruista, de indignación. Esto es lo que configura en derecho penal, en lo fundamental, el llamado delito político.
Pese a la universalidad de confluencia y a la consistencia humanista de este pensamiento liberal-social-emancipador y su adopción incluso en códigos penales, para sancionar al infractor político que atenta contra esas instituciones o leyes de dominación, movido o justificado por ese sentimiento de indignación por lo oprobioso, es un concepto que, si bien tuvo y tiene cierta vigencia, resulta fieramente combatido por el imperialismo, siendo reducido a su mínima o residual expresión, estando en clara inferioridad, porque precisamente le resulta peligroso admitir a quien domina que existen alteridades rebeldes, seres humanos que se indignan por la opresión y que más allá de quedarse cargados psicológica y emotivamente con tal indignación, deciden, contra todas las previsiones de fracaso y etiquetas de eficacia, alzarse contra ese orden injusto y sus leyes.
Estos atributos dan cuenta de nuestro arsenal como Izquierda contra el negacionismo que enarbola el neofascismo ascendente, que pretende negar de raíz las causas de la rebelión y sus propuestas. No es ni caprichosa ni pueril, ni espontánea ni irracional, y no es sólo personal, la afloración de la rabia profunda que es legítima por el fuego exterior que le antecede y la moldea. La opresión en sus diversas formas explica por lo general de manera diáfana los modos y relatos de la rebelión. Desde el movimiento guerrillero en Colombia a la resistencia armada en Palestina. Desde los contornos de la no- violencia de Martin Luther King hasta la actual injusta prisión de Mumia Abu-Jamal en una cárcel de los Estados Unidos, junto a los Cinco Héroes cubanos y muchos otros presos políticos. Y también la opresión explica, por lo mismo, los instrumentos de represión y terror a los que acude para disuadir o castigar a seres indignados cuando la rebeldía crece en la dimensión de sus actos.
(Me detengo un momento, miro en Internet un par de vídeos de canciones de Julián Conrado. Al mismo tiempo que no creo en la inmunidad ni inexorabilidad de nadie de la insurgencia, ni idealizo nada; al mismo tiempo que repaso todas las estelas de demonización construidas por décadas contra la guerrilla colombiana, y analizo los errores de ésta, que creo conocer bien; al mismo tiempo (me) pregunto por la autoridad moral de quien les juzga, de quien les llama “terroristas” y vuelve impávido a su silla).
Frente a esa “internacional del crimen” que denunciaba Che Guevara, hay otra Internacional en ciernes, agitada en múltiples puntos del planeta, no sólo por gente de la calle y del barrio, de la comarca y el poblado, sino también por gobiernos, como los de inspiración bolivariana, que, sin duda, ya lo hemos dicho, no deben ser expuestos por terceros, ni exponerse a ser cómplices de esa internacional del crimen y de su falsa o doble moral. Ésta, la moral, como la utopía, no son pataletas infantiles. Muchas metáforas se me ocurren. Podría decir que ambas están, más bien, entre el grito de la mujer que pare y el primer llanto del ser nacido. Uno y otro humanos, lejos del cálculo pragmático de pactos de silencio, de desembolso con personas-mercancías y de la plástica de los negocios. Por eso Che fue un genuino revolucionario internacionalista, que dejó Argentina, combatió en Cuba, luchó en África y fue asesinado en Bolivia. Su entrega no fue nunca en ningún acto colonización de nada. Frente al imperialismo y la injusticia fue combatiente. Frente a las rebeliones de los pueblos y sus derechos, fue compañero.
Esto acabado de esbozar, tiene un sentido inocultable: preguntar. No por las razones de realismo, pragmáticas y de conveniencia coyuntural, sino interrogar sobre la presunta ética de decisiones que nos obligan en la Izquierda a aceptar pactos sinuosos, como los que dan lugar a la entrega de rebeldes colombianos a un Estado que ha ejecutado un genocidio. No podemos quebrar dos pilares y no sentirnos aludidos por el techo que se nos cae encima o por el hundimiento de un cuerpo que se ha traicionado. Uno es el pilar de la justicia, que no es la juridicidad per se, pues podemos cumplir impecablemente reglas de tratados miserables y estar incurriendo en decadencias, amasando ruinas políticas. El otro cimiento es la lucha anti-imperialista. Estados Unidos podrá recibir, pasando por Colombia, rebeldes que Venezuela captura servilmente para beneplácito de Washington. ¿Si es así, podemos y debemos creer con la misma fuerza e ilusión crítica en la Revolución Bolivariana?
Quebrantados esos principios, vuelve la pregunta tozuda sobre la condición de los rebeldes, de los proyectos de resistencia o revolucionarios, institucionales o no, que les da, más que el nombre, la designación de su presencia en la vida material y moral como límites a la opresión. El nombre, que podríamos pensar como esencial, no lo es más que las obras; no lo es más que la lucha efectiva, en tanto conflicto y tensión con lo que esclaviza y mata. Aún así el bautismo nominal sí es fecundo. Asumirse como rebeldes compromete. Llamarnos bolivarianos no es trivial.
Tampoco es trivial investirnos como “indignados” en nombre de la ética de lo público y la defensa de la humanidad, que en nombre de la normalización de la rapiña expresada por las empresas españolas que saquean Latinoamérica. Hay mayor justicia basada en la indignación, si es construida como dignidad primera y última a la que no se renuncia, ante el imperialismo y sus fenómenos globales sucedáneos, que lo ensamblan hoy y lo actualizan: neoliberalismo,militarismo,fascismo, privatización, corrupción, negacionismo, nihilismo, impunidad. Por eso la indignación expresada en Madrid contra la crisis económica y los políticos corruptos del Partido Popular o contra el gobierno artero y neoliberal de Zapatero, esa manifestación de ciudadanía básica que altera cánones contestatarios, se desprende como fuente primigenia de una rebelión no sólo moral sino histórica, en la medida que repudia esas monstruosidades y sus consecuencias.
Se inscribe probablemente el 15-M en ese espíritu, y debe todavía más seguirse alistando y definiendo en ese sentido, como llamado por otra globalización, es decir no sólo propugnando por democracia plena en el ámbito español en materia de capacidades políticas, sino emplazando e interrumpiendo la lógica del mercado del globalismo neoliberal y sus defensas, es decir anti-imperialista en su rumbo, aunque se entienda que no toda la casuística de la injusticia social por la que podemos indignarnos en el mundo procede directamente o quepa comprender desde esa conocida ordenación del poder capitalista. En otras palabras: la mayor indignación posible que busque mover hacia la transformación del mundo en 2011 y los años por venir, debe obligadamente recusar el orden del capitalismo y su funcionamiento en las reglas del Imperialismo o del Imperio, como anotaría Negri. De esa lucha se producirán las más radicales condiciones para la dignidad común que tal indignación reclama como ética del bien colectivo o social. Es decir, deberá ser consecuentemente de Izquierda. O sea también concluyentemente internacionalista.
No se trata de una ecuación simple. De hecho no se trata de una ecuación, ni de ningún enunciado que ofrezca simplicidad. Pero los dos derroteros que Che Guevara afirmó como testigo y obrero de una causa histórica enclavada en la más alta dimensión humana, sintetizan lo que está hoy en el núcleo del debate de experiencias de elaboración de la indignación como un derecho formulado a contracorriente y en éxodo, como lo atestigua el movimiento 15-M en ciudades del Estado español, o las revueltas árabes,y como lo dejan de atestiguar o lo declaran con rubor y con titubeo alteridades rebeldes que nos dejan desconcertados, aunque no del todo desesperanzados de su aporte y posibilidades de rectificación, como esperamos sea el caso del gobierno venezolano.
Por eso cuesta llamar rebeldes o alteridades rebeldes a los que libran batallas contra Gadafi - por supuesto de este autócrata ya ni se piensa seriamente esa categoría de honor -. Esos “insurrectos”, devenidos en legionarios, con el paso de las semanas no sólo están mecidos en la cuna de los grandes medios de comunicación occidentales, sino que la UE y USA se elevan ante ellos como tutores que, aparte de criminales operaciones militares con la OTAN, realizan operaciones financieras para pagarles un sueldo. Cuesta llamar del mismo modo rebeldes a quienes hipotecan un patrimonio moral forjado con mucha lucha, no sólo dejando en paréntesis y en letra pequeña el deber de la justicia, de la indignación por lo injusto, sino también el deber de no ceder y combatir contra el imperialismo donde quiera que esté (Che).
3. La re be l i ó n y o tras pal abras hurtadas de l di c c i o nari o de l a e s pe ranz a al de l a
o pre s i ó n.
Las revueltas del 2011 en diversas partes del planeta, mucho más que otras rebeldías distorsionadas en el pasado reciente, y mucho más que las rebeliones cuyas coordenadas nos robaron hace tiempo en el registro de una historia de violencias, están, esas revueltas, sobre todo las de los países árabes, en dos diccionarios. En el de la o pre s i ó n y en el de la e s pe ranz a.
Julio Cortázar nos dejó hace tiempo en Madrid, hace 30 años (marzo de 1981), una lección de lucidez, recordando cómo hay palabras que se nos cansan, que se emponzoñan, que nos son robadas, por quienes las mancillan.“Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse... Digo: "libertad", digo: "democracia", y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido más hondo, su mensaje más agudo, y siento también que muchos de los que las escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un clisé sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa es la naturaleza misma del clisé y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro vivo (… ) Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso adelante en la búsqueda de nuestro futuro. Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de vida, del Estado, de la sociedad y del individuo basado en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos
humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual”
9.
Algunos han llamado generosamente re v o l uc i ó n a lo que se vive desde hace cinco meses en parte de aquella región del mundo. Esta vetada palabra de la utopía sigue en el diccionario de la esperanza. Como otros términos que quizá sean más apropiados por su temporalidad y contingencia, para señalar tal marea humana, tal grito de multitud, de sujeto social, de pueblo que se produce sólo en la lucha: re be l i ó n, re v ue l ta, re be l dí a. Como exploraciones o tanteos de la l i be rac i ó n que todavía no florece pero que está en curso.
Lo que ocurrió en Egipto, lo que con menos opacidad sucedió en Túnez, lo que puede todavía acontecer en otros países árabes del lado de los espejismos y las realidades de la emancipación, corresponde a movimientos y explosiones sociales sembradas por injusticias. Enseña no sólo el espesor de muchedumbres sino la altura de una agitación que mueve a ser límites congregados para cambiar lo que somos. En pie de exigencia colectiva que tiene efectos. Acontecimientos que bien nos hacen recordar al Viejo Topo de la Historia, como diría Daniel Bensaïd. Pero esos mismos procesos nos enseñan, como toda apertura construida desde abajo, en inferioridad relativa, que también sus giros pueden servir arriba, a la ventajosa cultura de la desesperanza que está incubada en el Occidente capitalista, cuando pretende depredar o aprovecharse ahora de las revueltas, para c o l o ni z arl as , para controlar las transiciones, como ya lo está haciendo, asegurando que no se desborden hacia democracias reales y radicales, sino que los cambios pueden ser domados, reducidos y debidamente administrados para que no cambie casi nada. Sólo el maquillaje.
Por eso, si hay un primer concepto que debe destacarse, antes que otros, por su fuerza implícita y transversal en estos meses, y con previsión a varios años, de oficios diplomáticos, mediáticos, políticos y militares, es el de re g ul ac i ó n: asistimos en diversos teatros a la recomposición del orden global de las crisis, que se expresa en la nueva ola de neoliberalismo planetario (que sigue cortando la rama del árbol en que está sentada la humanidad entera), y en los cambios políticos reglados, instituidos, en un período y reparto geopolítico de una especie de nuevas guerras preventivas, en las que USA y Europa con la OTAN acuden a matemáticos ejercicios de fuerza bélica que no dejan de ser brutales por inteligentes, ni criminales por “legales”, o a la advertencia de su uso con el amparo siniestro de la ONU (con participación y presidencia temporal de Colombia en el Consejo de Seguridad en los momentos álgidos de esas decisiones de bombardeos contra Libia, que vemos por televisión mientras desayunamos).
FIN SEGUNDA PARTE
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