Han trascurrido 24 horas desde que retornó a Honduras el ex presidente Manuel Zelaya, y algunas cosas se han escrito sobre el evento, mas nada sobre el acontecimiento. La prensa de la derecha local ha dedicado mucho espacio a dos temas centrales para ellos: minimizar la movilización del pueblo para la celebración del retorno; y discutir lo más conveniente para el futuro político de Zelaya: Por otro lado, nuestros compañeros, algunos de ellos, han criticado la mala organización, la casi deshidratación de los asistentes y quien sabe que otras cosas.
Si los diarios no mostraran la fecha, entonces diríamos que nada ha sucedido. Seguimos en la discusión sobre el caudillismo, y muchas otras cosas que no nos gustan, de acuerdo a nuestra visión de la situación. Regreso Zelaya sin regresar, la oligarquía sigue haciendo lo mismo para rechazarlo como un ente político, y nosotros hacemos también nuestra parte. Precisamente por esto es que debemos plantearnos seriamente que vemos más allá de los eventos, que lecciones sacamos de lo que hemos vivido, y que planteamos hacia el futuro.
Antes que nada veamos las razones que llevan a la derecha hondureña, cavernaria e inculta como es, a seguir los designios de Estados Unidos para dar un golpe de Estado que los empresarios hondureños no necesitaban, pues en su misma voz declaraban que la administración Zelaya había sido la de su mayor bonanza. Primero, los intereses transnacionales son los que confrontan a Zelaya hasta el punto del agotamiento, y mantienen en crisis política constante al ejecutivo hondureño, agudizando las contradicciones con los otros poderes del estado a base de coimas y prebendas. Las crisis políticas de la administración Zelaya son todas creadas artificialmente desde el centro de poder transnacional; la oligarquía es apenas la marioneta que responde al titiritero.
Zelaya hizo cambios que trajeron algún bienestar, pero su mayor falta frente a los ojos del imperio es su papel frente al pueblo como agente de cambio. La inteligencia norteamericana percibe un peligro latente, no en Zelaya, sino en su relación con el pueblo hondureño; supone, correctamente, que juntos pueden cambiar la correlación de fuerzas al interior de esta nación centroamericana, dominada históricamente por el servilismo y castración ideológica de su clase dominante.
El golpe presupone un alto a la posibilidad de intensificación de la consciencia popular impulsada por Zelaya, que puede concluir en un pueblo politizado, activamente involucrado, que no conviene a los intereses de nadie, en toda Centroamérica. Ese pueblo hipnotizado desde siempre por los sortilegios imperiales, no puede despertar ahora, menos para caminar hacia el socialismo, tan pujante en el resto del continente. Todas las medidas impulsadas por Zelaya son retomadas bajo el régimen de Lobo, la diferencia es notable, esta vez el pueblo no está con el gestor de los supuestos cambios.
Honduras llega a la década de los ochenta como el país más atrasado de la región, aislado relativamente después de la guerra inter oligárquica del 69, después de décadas de control militar (con la complicidad de los políticos de oficio de ambos partidos); los Estados Unidos nos imponen un tratado de paz con El Salvador, con el fin de someter y sofocar la revolución de los países vecinos, al tiempo que nos enseñan que ir a elecciones, con una fuerte dosis de capitalismo, trae la felicidad de la democracia. Durante toda la década se cultivó una feroz estrategia mediática destinada a enajenar las mentes de millones de latinoamericanos, que iban confundiendo éxito con dinero, cultura con el pop, y democracia con capitalismo.
En paralelo corrió la guerra de baja intensidad que arrojó en nuestro país resultados similares a los producidos en todo el continente. Cientos de desaparecidos, militarización de la sociedad, anticomunismo visceral, invasión religiosa coordinada desde la CIA, un proyecto sistemático, que incluía un endeudamiento impagable, acompañado de la “generosidad” de la iniciativa de la Cuenca del Caribe. Los años noventa intensificaron las dosis de lo mismo, lo que ocasionó un empobrecimiento drástico, mediante el cual la miseria paso de ser un asunto cualitativo de vida a un tema estadístico: para entonces, el sistema neoliberal, había fracasado como alternativa para generar bienestar para los pueblos.
La primera década del siglo XXI, trae consigo una reacción drástica de los pueblos de América latina contra el gobierno mundial globalizado que tiene a las transnacionales como cabeza, y que rige los destinos de todos los países. Esta vez, los cambios se van dando por la vía de las elecciones burguesas, que presentan una alternativa de acceso al poder político, al tiempo que expone la naturaleza verdadera del poder económico como eje hegemónico controlado por las oligarquías locales, que intensifican las relaciones capitalistas, utilizando la democracia solo como un fetiche, y que estrechan su dependencia en una asimétrica relación enano-gigante con los centros de dominación imperial.
Cuando llegamos al momento del golpe de Estado, este se produce desde la oligarquía plutocrática contra el eventual avance de la democracia, en consecuencia, su propósito es, más allá de su impulsor, Manuel Zelaya, un acto contra el pueblo en mayoría, que sigue la tesis de que muerta la cabeza, muerta la serpiente. Sin embargo, el pueblo se agrupa espontáneamente a resistir los primeros embates de la asonada antidemocrática, y se predispone a luchar por revertir el fenómeno que se le impone desde fuera, con la sumisa pero implacable y feroz complicidad de las clases dominantes locales. Las elecciones posteriores al golpe de Estado, están dirigidas, justamente a reactivar la plutocracia que intentaba romper Zelaya con el proyecto de Cuarta Urna.
Aquí, una vez definido el problema, desde sus raíces (aunque mal condensado), vemos que las siguientes etapas, posteriores al golpe, están estructuradas por fuerzas que definen corrientes de pensamiento, y que postulan modelos de distribución opuestos. Importante es notar aquí la diferencia entre la forma del gobierno, y el modelo que utiliza la sociedad para distribuir la riqueza. En ese sentido vemos con claridad, que el capitalismo y la democracia no son solo opuestos en la práctica, sino teóricamente imposibles de mezclar; también es evidente que la democracia como tal, solo es viable aumentando la posibilidad de generar bienestar para las mayorías, por lo que, no es antagónica con el socialismo, como nos pretenden hacer creer desde hace 3 décadas.
Fácilmente podemos entonces colegir que en Honduras se impone, a partir del golpe de Estado, una lucha definida concretamente entre grupos con intereses económicos distintos, que buscan sistemas de gobierno contrapuestos. Ya no se trata de la política “vernácula” o tradicional que busca permanentemente mantener y consolidar la plutocracia, a través de la aplicación obediente de las medidas neoliberales, sino de dos fuerzas: la descrita, y una nueva que incluye a amplios sectores de la sociedad que entienden la democracia como el tipo de gobierno al que aspiran con una economía socialista de participación social amplia, con respeto a la iniciativa privada que forja bienestar. La población mayoritaria, no busca destruir instintivamente el modo de producción, como podrían asumir muchos desde posiciones teóricas y practicas forzadas por la rigurosidad del aprendizaje, y la falta de aplicación de la metodología dialéctica.
Esto puede ser repelido naturalmente por muchos sectores; unos que creen en el ideal del consumo, y otros que creen en la pureza cuasi alquimista de la teoría revolucionaria, ambos ajenos a nuestra realidad. En esto no hay ni extremos, ni centros relativos, los que en realidad constituyen una posición cómoda para justificar posturas irresponsables que solo hacen el juego al orden de cosas ya existente. Es conveniente en este punto convenir la necesidad de dejar de lado la ortodoxia, y el anti revisionismo que nos hace soslayar constantemente la necesidad de concebir la sociedad y la economía desde una posición científica más sólida que el dogma.
Volviendo al tema de Honduras, la cuestión hoy radica en la posición de su liderazgo frente al debate entre renovación democrática y socialista, frente al neoliberalismo, burgués plutocrático. En esta discusión parece poco probable que los partidos de clase de la burguesía tradicional se ajusten al nuevo proceso dialectico, más bien parecen ser el camino de retroceso a lo consolidado desde 1980. Por otro lado el partido del pueblo, concebido en muchos postulados teóricos durante la época del Socialismo Real, no parece ser una opción dada la interminable lista de opiniones sobre conceptos clave como la enajenación del trabajo, la plusvalía, y la división de clases. Tampoco parece viable que encontremos espacio para una dictadura del proletariado, en un país, donde aún no entendemos bien con que se come este platillo.
De esta manera luce fundamentalmente urgente, definir una visión, un cuerpo básico de ideas que aglutinen a quienes propugnamos por el proceso de democratización del país, entendiendo que esto se logrará a través de un cambio significativo en la forma de distribución de la riqueza, y el modelo para permitir acceso a las mayorías al bienestar que ahora les está vedado por las reglas del mercado. A partir de estas ideas, es mucho más fácil visualizar la composición de una formación política capaz de disputar y arrebatar el poder político a las oligarquías, con el fin también de retomar la influencia del Estado en la economía, con lo que esta deja de ser un factor de dominación contra el pueblo.
Esta debe ser la discusión central de cara al futuro, todas las demás son, en realidad, derivadas de esta o una forma de distracción frente al quehacer real.
Ricardo Salgado
29/mayo/2011
PD. Deseo expresar mis muestras de pesar a la compañera Rosa C. Báez, por el deceso de su madre, haciendo votos porque en este momento difícil, le asista la fortaleza revolucionaria con que nos ha apoyado siempre a todos sus amigos. Un abrazo Rosa
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