Claudio Katz
Rebelión
Desde el 11 de septiembre del 2001, Estados Unidos reforzó su papel de gendarme internacional. Inició un ciclo de agresiones tendentes a contrarrestar los desafíos que afronta en varios frentes, con acciones que apuntan contra sus viejos enemigos, sus nuevos adversarios y sus tradicionales aliados. Intervencionismo generalizado Desde el final de la Guerra Fría el Pentágono ha extendido su red de bases militares. Ingresó en varias regiones anteriormente vedadas (Báltico, Europa Central, Ucrania, Asia Central), acrecentó su presencia en América Latina e irrumpió en África. Estados Unidos ejerce un rol determinante en los conflictos armados, como invasor, instigador, proveedor de pertrechos o sostén de los bandos en pugna. Actúa en forma directa o lateral en todas las sangrías de África (Sudán, Chad y Somalia), Asia (Siri Lanka y Pakistán) y Medio Oriente (Afganistán, Irak, Libia). El rol jugado por la CIA en estos choques sólo se conoce mucho tiempo después de su ocurrencia. Hay un trabajo sucio de los servicios de inteligencia financiado con enormes partidas del presupuesto militar. La penetración del espionaje en las actividades habituales de la diplomacia tradicional se acrecienta día a día. En las zonas de ocupación se recurre a bombardeos sistemáticos contra la población civil, que la prensa adicta describe como “daños colaterales”. Los asesinatos de ciudadanos indefensos se presentan como acciones necesarias contra el terrorismo. Disparar a mansalva y balear a los sospechosos son ejercicios habituales de los marines en Afganistán o Irak [3] . Esa brutalidad aumenta en proporción al número de mercenarios incorporados a las tareas de ocupación. Las empresas de seguridad actúan sin ninguna atadura a las reglas militares y cuentan con protección oficial para comportarse como pistoleros. Estos actos de salvajismo son la carta de presentación que utilizan las compañías para obtener nuevos contratos del Pentágono [4] . La comandancia estadounidense monitorea formas inéditas de terrorismo de Estado, mediante secuestros y torturas que se realizan en una red mundial de cárceles clandestinas. Los prisioneros soportan condiciones inhumanas, se les traslada de un punto a otro y tienen anulado el derecho de defensa. La mitad de los detenidos de Guantánamo es totalmente inocente de las acusaciones que condujeron a su secuestro. También se ha perfeccionado el asesinato selectivo a través de unidades especializadas. El ajusticiamiento de Bin Laden constituye el ejemplo más reciente de esta modalidad de terrorismo estatal. El líder de Al Qaeda no fue apresado como otros personajes semejantes (Noriega, Sadam) para exhibirlo en algún tipo de tribunal, sino que fue directamente acribillado por un comando elogiado por Obama. El relato infantil que montó el Departamento de Estado para presentar ese crimen como un acto heroico no logró ocultar que simplemente liquidaron un individuo desarmado. La inmediata eliminación del cadáver incrementa las sospechas de una operación realizada con total impunidad extra-territorial. Al aplicar el método israelí de ultimar a los adversarios en cualquier parte del planeta, Estados Unidos convierte la violación de la legalidad internacional en un hábito de sus incursiones. El desprecio por la vida humana es el fundamento de una nueva doctrina de guerra perpetua y destrucción de las poblaciones elegidas como blanco. La justificación de la agresión sigue un guión estándar de argumentos simplistas. Se presenta al enemigo como un “dictador hitleriano” (Sadam) y se invade el país para evitar un “holocausto de inocentes” (Haití, Sierra Leona). Los ataques ejemplares se alientan como forma de impedir que los “tiranos se envalentonen”, afectando la “seguridad mundial”. Toda la artillería es concentrada en un “eje del mal” de países ingobernables o “Estados fallidos” (Corea del Norte, Irán o Venezuela) [5] . Estados Unidos afirma que debe ejercer su “responsabilidad de proteger a los civiles”. Pero termina consumando masacres, que se ubican en las antípodas de cualquier “intervención humanitaria”. Las agresiones siempre se perpetran con alusiones a la libertad y la democracia, hasta que salen a flote los verdaderos propósitos. En ese momento se destapa que lo importante en Irak era el petróleo (y no las armas de destrucción masiva), que en Panamá el problema era el canal (y no las drogas) y que Afganistán es un sitio geopolítico esencial (con o sin Bin Laden). El imperialismo redobla la apuesta frente a cada obstáculo y responde con nuevas convocatorios guerreristas ante cualquier “peligro que afronte Occidente” . Continuismo y degradación Obama ha mantenido sin cambios esta política belicista y abandonó sus promesas de moderar la agresividad. Perpetúa Guantánamo, preserva la censura militar, avala la tortura, alienta a las tropas y repite las mismas vulgaridades que Bush sobre el terrorismo. Sólo modificó el estilo y transformó un discurso prepotente en retórica calibrada, para restablecer alianzas y obtener más recursos. Esta continuidad ha generado decepción y el receptor del premio Nobel de la paz ya fue penalizado por el electorado con expectativas progresistas. Obama retoma la política de Bill Clinton, que encubrió con disfraces humanitarios los ataques a Somalia (1992-93), los bombardeos de Bosnia y los Balcanes (1995), la agresión a Sudán (1998), la incursión en Kosovo (1999) y el hostigamiento de Irak (1993-2003). Actualiza el paradigma de “guerras justas” y concertadas, que durante los años 90 se implementaron en nombre de la globalización y el multilateralismo. Con ese molde corrige los excesos de la soberbia unipolar de Bush, buscando garantizar los objetivos militares que comparten los legisladores demócratas y republicanos. Pero el belicismo imperial genera una degradación moral que desestabiliza a la sociedad estadounidense. Las aberrantes torturas y azotes en las cárceles de Irak y la conducta de un ejército dominado por el racismo y el acoso de mujeres, generan fuertes repercusiones internas. Los testimonios y las perturbaciones psicológicas de los veteranos conmueven a gran parte de la población. La pérdida de la ética militar genera angustias entre muchos retornados del frente y existen numerosos casos de suicidio. También la privatización de la guerra, a favor de mercenarios con mayores sueldos que sus pares regulares, potencia la descomposición del ejército. Esta formación combate sin motivaciones altruistas y sus efectivos se reclutan entre una sub-clase de pauperizados, minorías (latinos y afros) y grupos con problemas legales de drogadicción. Son incitados a la matanza a través de entrenamientos, que convierten al asesinato es un hecho corriente. Pero esas infamias acrecientan un malestar interno que comienza a tomar estado público. La agresividad imperial externa se traduce, además, en un recorte de las libertades democráticas. Resulta imposible masacrar afuera y preservar dentro del país un sistema de información irrestricta. El giro hacia el totalitarismo interno incluye mayor control sobre la difusión de los acontecimientos bélicos. El espionaje interno ha quedado desbordado en Estados Unidos por una enorme red de agencias. Estas entidades receptan y almacenan diariamente un cúmulo ingobernable de información, que nadie logra procesar y coordinar con alguna seriedad. El número creciente de personas con acceso a los sistemas clasificados ha deteriorado también el carácter confidencial de esa actividad y muchos secretos salen a la superficie. Hay casos de hackers que difunden esa información por competencia informática o por simple afán de gloria. Pero también hay reacciones frente a la barbarie militarista. El periodismo militante tiende a multiplicarse para contrarrestar la censura de impuesta a la prensa[6] . La militarización interna es un efecto de la paranoia, que ha generado la cruzada contra el terrorismo. El estado policial hace germinar fuerzas más descontroladas, entre una población habituada al uso de las armas, al racismo y a la persecución de inmigrantes. Algunas leyes en danza autorizan la detención de un individuo por cualquier tipo de sospecha. La agresión imperial socava las tradiciones democráticas, a medida que la brutalidad externa incentiva el salvajismo en casa. El trato brutal que soportan los presos comunes es otro ejemplo de esta regresión. L a tasa de encarcelamientos en Estados Unidos es cinco veces superior al promedio internacional. Los detenidos pobres no pueden solventar su defensa y existe un ambiente fascista en todas las prisiones, administradas como negocios privados. En este clima militarista se apoya la derecha estadounidense, que perdió fuerza durante el ocaso de Bush y recupera posiciones ante la impotencia de Obama. Este sector incentiva la intolerancia y las supersticiones religiosas, con ideas trogloditas sobre el aborto y el uso del rifle. Su nuevo vocero del Tea Party aprovecha la desesperación que genera el desempleo, la fragilidad del los sindicatos y las dificultades de los movimientos críticos. La propaganda reaccionaria es solventada por un sector de la plutocracia gobernante, que ha convertido las campañas electorales en torneos de gasto publicitario. Los medios de comunicación han perfeccionado todas sus técnicas de desinformación, para que la población ignore las barbaridades que realizan los marines. Los distintos grupos derechistas conforman, en la actualidad, la base social del imperialismo estadounidense. Brindan soporte a todas las cruzadas internacionales, a través de mensajes esquizofrénicos. Por un lado exaltan la democracia y la libertad de todos los ciudadanos del mundo y por otra parte realzan la superioridad estadounidense y el desinterés por el resto del mundo. Esta ideología persigue varios objetivos geopolíticos. Bloquear a los adversarios El imperialismo edstadounidense enfrenta actualmente el ascenso de un grupo de países de creciente gravitación, como China, India, Brasil, Sudáfrica o Rusia. Han sido bautizados con el término de emergentes por sus enormes recursos demográficos, naturales y militares o por su experiencia en la dominación político-militar. Esta irrupción representa un serio desafío para la primera potencia. El ritmo de expansión de esos países no se detuvo con la crisis financiera del 2008-2010. Mientras que las economías centrales afrontaron los efectos de una severa recesión, los emergentes mantuvieron un importante nivel de actividad. Esa asimetría explica los intensos debates sobre acoples, desacoples y re-acoples, que rodearon a esa convulsión. Este nuevo grupo de países se perfila como un tercer bloque, igualmente distanciado de las economías avanzadas y del Tercer Mundo. Mantienen una participación limitada en el PBI global, que se incrementa año tras año (del 14% en el 2007 % al 18% en el 2010). Este conglomerado creció tres veces más que las economías avanzadas durante el 2010, con deudas públicas en disminución y clases medias en expansión. Estos dos últimos indicadores presentan una evolución muy negativa en la tríada. En el año 2000, sólo 26 de las mayores 500 empresas (por su nivel de capitalización bursátil) pertenecían al grupo emergente. En la actualidad llegan a 119 y han liderado varios procesos de adquisiciones de grandes firmas. Además, un tercio de los bonos de tesoro estadounidense se encuentra actualmente atesorado en sus Bancos Centrales[7] . La nueva gravitación de estas economías quedó consagrada en el esquema de jerarquías mundiales que introdujo el G 20. Este agrupamiento modifica la administración de las turbulencias globales que imperó en los años 80 o 90, en torno al restringido G 7. Se ha conformado un nuevo club de participantes de las cumbres presidenciales, que marginó al G 192 de las Naciones Unidas, pero ensanchó el núcleo de los principales decisores. Existen varias denominaciones para tipificar al nuevo agrupamiento. El término BRICs (que introdujo Goldman Sachs) es descriptivo y se emparenta con invenciones mediáticas muy ingeniosas, pero poco consistentes. Lo importante es percibir cómo el ascenso de estas economías desafía los viejos liderazgos imperiales. Son países con rasgos semiperiféricos, que comienzan a ocupar las frecuentes situaciones intermedias que ha registrado la historia del capitalismo. En ese terreno se ubicaron en el pasado las potencias que alcanzaron liderazgos (Estados Unidos, Alemania, Japón), los países que no continuaron ese ascenso (Suiza, Bélgica, España) y los que se extinguieron como fuerzas relevantes (Italia). Es evidente que la gravitación geopolítica de los emergentes aumenta, especialmente en los entornos regionales más próximos. Este rol se verifica en las acciones de ejercicio de la autoridad zonal, que en los años 60 fueron bautizadas con el término de “sub-imperialismo”. Estas iniciativas repiten los pasos recorridos por las potencias que buscaron alcanzar un status internacional significativo. Este proceso suscita gran preocupación en los círculos conductores del imperialismo estadounidense, puesto que el ascenso de sus desafiantes actuales difiere del registrado durante la posguerra. En ese período emergieron varias economías occidentales asociadas (Canadá, Suecia, Australia) y un núcleo de aliados confiables (Japón, Alemania, Corea del Sur). Esos países mantenían una relación de estrecha subordinación hacia Estados Unidos, que no comparte el grupo que despunta en la actualidad. Frente a este escenario, el gigante del Norte recurre a una variable combinación de presiones, alianzas y amenazas. Su estrategia general está dictada por el objetivo de frenar a China, disuadir a Rusia, cooptar a India y coordinar el avance de los poderes específicamente zonales de Brasil y Sudáfrica. Esta política también incluye sostener a Arabia Saudita, vigilar a Turquía y poner en cuarentena a Pakistán. Se consuma tomando distancia de las deliberaciones en la ONU y reforzando el sistema global de bases militares[8] . El Departamento de Estado trabaja intensamente, para evitar que el grupo emergente se constituya como un bloque geopolítico independiente, con agendas propias e iniciativas coordinadas. Hasta el momento ese alineamiento sólo ha realizado algunas reuniones (Ekaterimburgo 2009, Brasilia 2010), que no definieron políticas comunes. Estados Unidos pretende aprovechar el estadio inicial de este proceso, para promover la dispersión del grupo. Las elites de la primera potencia son conscientes de la existencia de un posible escenario multipolar de mayor equilibrio entre las fuerzas capitalistas del planeta. En este contexto se podría forjar un contrapeso, que los líderes estadounidenses buscan contrarrestar mediante la fractura del nuevo bloque. El principal instrumento para propiciar esta división es la cooptación de ciertos adversarios a una asociación unilateral con el imperialismo dominante. Esta captura es presentada como una construcción de “nuevas gobernanzas mundiales”, que en los hechos preserva la conducción estadounidense. Pero esta política exige también reconocerle a cada sub-potencia, un derecho de opresión regional en sus esferas de influencia. También en el plano económico Estados Unidos emite tentadoras ofertas de alianzas bilaterales. Aquí aprovecha la fuerte distancia que todavía separa a cualquier economía emergente de los países desarrollados. Por el alto nivel de pobreza y desigualdad, el ingreso per cápita de los BRICs se mantiene muy por debajo del promedio de las principales potencias y del grueso de los países europeos. Antes del estallido de la crisis reciente, el acceso comercial al mercado interno estadounidense constituía la principal carta de negociación estadounidense. Esa oferta se ha reducido, pero no ha desaparecido y permite tantear convenios bilaterales con cada país, para abastecer al principal importador del planeta. Coopetación y fracturas Para alentar las tendencias centrífugas, el imperialismo estadounidense refuerza a las relaciones privilegiadas que mantiene con las clases dominantes del bloque emergente. Esos sectores prosperaron bajo el neoliberalismo y se forjaron al calor de las privatizaciones, buscando emular el estilo de enriquecimiento y consumo de sus pares estadounidenses. Esta herencia de comportamientos choca con la consolidación de proyectos coordinados entre las economías que emergen. Las elites de estos países no tienen ninguna intención antiimperialista. Priorizan alianzas con el padrino estadounidense. Observan con terror cualquier insubordinación popular en los escenarios sociales explosivos en que actúan. La experimentada diplomacia estadounidense conoce estos contextos y apuesta a frustrar la consolidación de los emergentes, recordando los bruscos cambios del contexto internacional, que se han observado en las últimas décadas. Del ascenso de los “No Alineados” durante el auge de los Petrodólares, se pasó en los 80 a un colapso de endeudamiento y regresión de la periferia. Luego sobrevino el avance y estancamiento de Japón, el despertar y la crisis del Sudeste Asiático y las frustradas promesas de la Unión Europea. Si se repiten estas oscilaciones, la performance de las economías intermedias podría cambiar con vertiginosa celeridad. Estados Unidos desenvuelve dos políticas muy distintas frente a los integrantes del bloque emergente. Un segmento es tratado con tolerancia y disposición a reconsiderar las formas de asociación con la primera potencia. Otro grupo recibe respuestas amoldadas a un rival a neutralizar. Mientras que India, Brasil y Sudáfrica son vistos como socios perdurables, Rusia y China son observadas con recelo y decisión de frenar su expansión. La estrategia de asociación subordinada guía las relaciones con el primer grupo. Esta política incluye la aceptación de un nuevo margen de autonomía, para forjar coordinaciones hegemónicas en distintas regiones del planeta. Este empalme es muy visible en el caso de la India. El viraje pro-estadounidense de sus clases dominantes es aprovechado por el imperialismo para reordenar el complejo ajedrez en una zona repleta de conflictos sociales, nacionales y fronterizos. Estados Unidos avala la gestión dominante de la India en sus áreas de influencia y aprueba por ejemplo la campaña contra los tamiles de Ceylán[9] . Un visto bueno semejante reciben los gobernantes sudafricanos para estabilizar el sur del continente negro. La influencia geopolítica de esta ascendente sub-potencia se afianzó desde el fin del Apartheid, junto a la expansión de las empresas radicadas en Johanesburg. Aunque este desenvolvimiento puede generar conflictos competitivos con las firmas estadounidenses, Estados Unidos incentiva la función ordenadora que cumple Sudáfrica en el continente más desgarrado del planeta[10] . El mismo tipo de estrategia impera frente a Brasil, que también experimenta una fuerte expansión económica y geopolítica. Estados Unidos observa con disgusto como este país motoriza la gestación de una OEA sin su presencia (a través del Grupo Río), pero también toma nota del estrecho contacto con el Pentágono que ha mantenido durante la ocupación militar de Haití. Esta acción ejemplifica las nuevas formas de convergencia hegemónica, que el poder estadounidense concede a su socio. Como Brasil no cuenta con armas nucleares, ni con tradiciones recientes de expansión militar, la primera potencia incentiva esta gestión común [11] . China y Rusia Las estrategias de alianza que promueve Estados Unidos con ciertos países difieren de las políticas impulsadas frente a los viejos adversarios de Rusia y China. Las décadas de fuerte conflicto se distendieron con el fin de la guerra fría, pero ambos países continúan encabezando el listado de rivales estratégicos. Frente a ellos persiste una actitud bélica de disuasión. Estados Unidos intentó la neutralización total de Rusia cuando se desplomó la Unión Soviética. Vio la oportunidad de desarmar a su principal oponente de los años 50-60 y aprovechó el auto-destructivo giro neoliberal de las elites del país, para intentar la desmilitarización de su viejo enemigo. Robó secretos bélicos, infiltró las comandancias del ejército y sobornó a los funcionarios dispuestos a rematar por migajas los restos de la URSS. Pero el imperialismo montó, además, un cerco con escudos anti-misiles avalado por sus nuevos vasallos de Europa del Este y Asia Central. Con este sistema colocó a su viejo antagonista en una situación de indefensión absoluta. El ingreso de los países bálticos y Polonia a la OTAN completó este cerrojo y la conversión de las viejas repúblicas soviéticas en satélites estadounidenses reforzó el asedio. Georgia se transformó en un servidor del imperio y los pequeños protectorados de la ONU (como Kosovo), utilizaron el disfraz de la independencia para instalar bases del Pentágono. Pero esta política de sometimiento de Rusia suscitó finalmente una reacción de los propios dirigentes del país, que aprendieron en su nueva práctica de clase capitalista la conveniencia de sostener la integridad territorial. Los oligarcas que comandan la economía y los déspotas que manejan el estado captaron la imposibilidad de sostener sus negocios, si continuaba la desarticulación nacional que inició Yeltsin. Por esta razón comenzó el viraje de Putin hacia la reconstrucción del poder militar. El objetivo es asegurar el control sobre las enormes riquezas energéticas y proteger con la fuerza el petróleo, los oleoductos y los gasoductos [12] . La brutal paliza que propinaron las tropas rusas a Georgia ejemplifica esa reacción. El país se endureció además con la OTAN y exigió congelar el sistema de misiles erigido en Europa Oriental, para encarar cualquier negociación sobre temas de seguridad. Dio por finalizado el desarme y duplicó en la última década el gasto militar. En este nuevo marco Estados Unidos oscila entre continuar la presión fronteriza y aceptar el status bélico de Rusia. Por un lado tantea el mantenimiento de los misiles, compite por el control militar del Ártico y rivaliza por el padrinazgo de regiones con recursos naturales. La crisis de Kirguistán se dirime, por ejemplo, como una disputa de influencias en un territorio con bases estadounidenses y rusas. Pero por otra parte, el Departamento de Estado negocia con Rusia reconociendo autoridad sub-imperial. Esa actitud ha predominado frente a las demandas nacionales de los chechenos. El gigante eslavo perdió la primera oleada de batallas contra ese pueblo (1994-96) y lanzó una segunda guerra (desde 1999) con grandes masacres de la población civil. Estados Unidos oculta especialmente estas matanzas por enemistad común ante cualquier insurrección islámica. En esta “lucha contra el terrorismo” Rusia y Estados Unidos reencontraron estrechos puntos de acuerdo. Pero la definición más compleja que enfrenta la primera potencia es la estrategia a seguir frente a China. Allí se localiza el principal competidor de la supremacía estadounidense. Es una amenaza que ya está a la vista en el terreno económico. El avance del rival oriental se ha tornado incontenible en las últimas décadas y se afianzó en la última crisis financiera . China se afirma como segunda economía del mundo, luego de superar a Japón. Mantiene un promedio de crecimiento del 10% anual y se ha transformado en el mayor exportador del planeta. Encabeza la tabla mundial de fabricantes de autos y alberga el principal mercado de nuevos vehículos. Como se transformó en el principal usuario de energía, ya lidera la emisión de monóxido de carbono [13] . Las consecuencias geopolíticas de ese progreso se vislumbran en la presencia de la sombra china, en todas las regiones con recursos naturales. Las empresas orientales conquistan espacios en los países asiáticos y en cualquier zona de África o América Latina con gas, petróleo, minerales o insumos agrícolas. Este dinamismo oriental desestabiliza la pretensión estadounidense de preservar su liderazgo imperial. El incremento del gasto militar chino -que saltó de la moderación a la expansión en la última década- es también un dato relevante. El avance chino ha generado más desconcierto entre los diseñadores de la política exterior estadounidense, que la irrupción japonesa de los años 80 . Hay varias estrategias abiertas, en un abanico de posturas beligerantes (promovidas por Pentágono) y conciliatorias (alentadas por las empresas transnacionales). Un sector (Kaplan y Mearsheimer) propone retomar la guerra fría y crear un clima beligerante entre los aliados de la zona (Japón, Australia, Taiwán y Corea del Sur) para reproducir el hostigamiento que debilitó a la Unión Soviética. Otra postura (Pinkerton) promueve incentivar los conflictos con otras potencias (India, Japón), para lucrar con el debilitamiento de todos los competidores. Otra tesis (Kissinger y Brezhinski) sitúa la amenaza china sólo en el flanco económico y busca formas de asociación. Durante su gestión Bush no privilegió ninguna de estas opciones y esta vacilación persiste con Obama[14] . Esta misma variedad de posturas se verifica en la contraparte china. Hasta ahora ha prevalecido la fracción de la elite costera, que promueve preservar estrechas relaciones económicas con Estados Unidos, con el propósito de mantener la primacía de las exportaciones y el financiamiento de un socio privilegiado. Esta orientación limita todos los ensayos de giro hacia el mercado interno, la mayor inversión en el agro y la apreciación del yuan. La postura opuesta propone diversificar las acreencias y tomar distancia del deudor estadounidense. Propugna contrarrestar los desequilibrios que genera un esquema exportador, que descontrola la afluencia rural hacia las ciudades, mantiene los salarios contraídos y limita el consumo de los sectores más humildes. La influencia de este sector es mayor en las provincias del interior y no logra preeminencia entre los conductores de la política exterior oriental [15] . Las indefiniciones de los grupos dirigentes de ambos contendientes acrecientan las tensiones que genera la expansión de China. Los aliados tradicionales de Estados Unidos en Asia soportan la desestabilización que impone un vecino arrollador, que tiende a convertirlos en proveedores de insumos. Es evidente que China amplía su esfera de influencia con exportaciones de capital y mercancías. Pero su perfil futuro no depende sólo del continuado despliegue productivo, sino también de un desenlace político, entre las estrategias en pugna en las elites dirigentes. Presión sobre los aliados Estados Unidos ejerce su liderazgo imperial con la resignada aprobación de Europa y Japón. Este aval ha sido muy visible en la crisis económica de los últimos años. Cada encuentro entre presidentes para ajustar medidas de socorro a los banqueros fue sucedido por reuniones de seguridad, auspiciadas por el Pentágono. En estos cónclaves se definieron las prioridades del imperialismo colectivo. Japón mantuvo su status político subordinado a las necesidades del Departamento de Estado. Esta performance surgió al concluir la segunda guerra y se atenuó posteriormente , pero nunca evolucionó hacia formas de administración más autónomas. Por esta razón, los conflictos comerciales y financieros con la primera potencia siempre tuvieron desenlaces desfavorables para los nipones. Japón ha sostenido la economía estadounidense desde los años 70, a través de múltiples concesiones en el tipo de cambio, los aranceles y las normas crediticias. Al carecer de poder militar, cuenta con un margen muy estrecho para negociar con mayor dureza. Apuntaló el dólar revaluando el yen, limitó las exportaciones, solventó el gasto militar estadounidense y accedió a la reestructuración industrial que propició su socio [16] . El status de Europa es muy distinto, pero se encuentra también condicionado por el despliegue de bases militares yanquis, en todos los puntos estratégicos del Viejo Continente. Estados Unidos impuso desde la posguerra relaciones iniciales de subordinación (Alemania), dependencia (Italia), asociación (Gran Bretaña) y también enfrentó tensiones (Francia). Este cuadro tuvo una evolución muy dispar hasta la creación de Unión Europea. A partir de esta asociación se ha forjado un nuevo escenario asentado en la existencia de una moneda común y el afianzamiento de un gran tejido comercial, financiero y productivo. Pero la Unión no ha logrado construir su propia estructura militar y tampoco comparte una orientación diplomática externa común. La influencia europea en Medio Oriente y Asia Central decrece y no se han establecido relaciones estrechas con Rusia. Esta impotencia deriva del enanismo militar que se auto-impone la Unión Europea, al mantenerse bajo el paraguas de la OTAN. Esta irrelevancia salió a flote durante la guerra en la ex Yugoslavia (1999). Estados Unidos fijó los ritmos y las modalidades de la intervención externa, en el primer conflicto militar de proporciones dentro de Europa desde la Segunda Guerra. Estas acciones se articularon bajo el mando del Pentágono, luego del fracaso de todas las mediaciones ensayadas por las potencias del Viejo Continente. Las tropas que enviaron estos países se adaptaron también a las directivas estadounidenses. La misma sumisión militar volvió a observarse en todas las negociaciones encaradas con el ex bloque soviético. Mientras que Bruselas dirige las tratativas de ingreso al Euro de cada candidato de Europa Oriental, Washington determina cuántos misiles deben desplegarse en Polonia, el Báltico y la República Checa. La carencia de cohesión militar europea se acentuó con el regreso francés a la OTAN. Este retorno marcó el sometimiento del último díscolo a la primacía estadounidense. Francia había intentado durante décadas desenvolver su potencial atómico en forma autónoma y mantuvo serios conflictos con el Pentágono, para preservar la tradición gaullista de independencia. Pero este rumbo perdió peso y parece agotado. La Unión Europea brindó en los últimos años un sostén silencioso y disciplinado a todas las exigencias de su hermano mayor. Permitió que los aviones estadounidenses utilizaran su espacio aéreo, avaló operaciones encubiertas de Medio Oriente y aportó tropas para las invasiones dispuestas por el Departamento de Estado. En cada cónclave de la OTAN se ultiman detalles de distintas incursiones. En Estrasburgo (2009) se acordó cómo contribuirá Europa a nuevos despliegues en Afganistán (que ya cuentan con efectivos de Francia, Alemania, España y Gran Bretaña). En Lisboa (2010) se reafirmaron los atributos de la organización que apadrina el Pentágono, para definir enemigos y estrategias de hostilización. Pero lo más conflictivo es el pago de la cuenta. La crisis financiera abre serias dudas en torno a la financiación de los operativos. Todos los miembros europeos de la OTAN padecen monumentales desequilibrios de sus cuentas públicas y la organización se enfrenta con la cuadratura del círculo: postula aumentos del gasto militar sin recursos suficientes para solventarlos[17] . La impotencia bélica europea tiene manifiestas consecuencias en el plano económico. Como los capitalistas advierten quién es su real protector en las situaciones de crisis, se recuestan sobre el dólar y los bonos del tesoro. Esta preferencia acentúa a su vez las debilidades europeas para gestionar la crisis, manejar la deuda pública y modificar la política conservadora del Banco Central Europeo (que obstruye con altas tasas de interés la integración productiva continental). Existen muchos interrogantes sobre el futuro de la Unión Europea si la crisis económica actual se profundiza. La ausencia de un resorte militar unificador confirma hasta ahora las diferencias cualitativas con Estados Unidos. El Viejo Continente ha perdido el sostén imperial que utilizaba en el pasado para atenuar los efectos de las convulsiones capitalistas. La supremacía militar le aporta en cambio a Estados Unidos, un gran instrumento para descargar las consecuencias de estos desequilibrios sobre sus rivales. El test de la proliferación Todas las tendencias y contradicciones que rodean a la supremacía imperial estadounidense se verifican en los debates sobre la proliferación de armas atómicas. Estados Unidos ya no afronta perspectivas de guerra nuclear con otras potencias. La confrontación con la ex URSS ha desparecido, pero se ha creado un nuevo problema con el comercio de ese armamento. La prioridad del Departamento de Estado es la contención de ese explosivo intercambio y la estricta supervisión estadounidense de esta actividad. Como ya existen nueve países con arsenal atómico (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia, Israel, Pakistán, India y probablemente Corea del Norte), resulta casi imposible un bloqueo total de la proliferación. Por esta razón el Pentágono ha centrado todas sus exigencias en el control. Esta supervisión no guarda el menor parentesco con la pacificación. Lo que está en debate es la racionalización y no la disminución del número de bombas. Mientras se negocia la reorganización del arsenal mundial se están desarrollando nuevos artefactos (X-51), que alcanzarían a cualquier país en menos de una hora. También se ultima el funcionamiento de un submarino, que transportará 6 bombas nucleares. Lo que se discute siempre es el destino de las ojivas obsoletas y no el uso de sus equivalentes almacenados[18] . El Pentágono busca acelerar también estas tratativas, puesto que perfecciona la amenaza nuclear con nuevos desarrollos de fuerzas convencionales. En la medida que asegure su control del ajedrez nuclear, podrá desenvolver esos armamentos, que constituyen su apuesta estratégica para el próximo período[19] . Pero sólo reafirmando su liderazgo imperial, Estados Unidos puede contar con la última palabra, a la hora de definir quién accede al mortífero club atómico. Todas las exhibiciones de fuerza apuntan a mostrar ese poder de supervisión. Los expertos estadounidenses exigen derecho de revisión de todo el material dudoso y también reclaman un riguroso poder de veto para cualquier transferencia. Estados Unidos ha desarrollado una doctrina para catalogar los países que amenazan la seguridad y los estados que reúnen todos los atributos para custodiar la paz. Con esa clasificación define quiénes están maduros para participar en la disuasión y quiénes deben ser excluidos de ese juego. En la última reunión internacional que abordó el tema (Washington, principios del 2010), la primera potencia estableció la agenda nuclear debatida por 47 países. Exigió blanquear los arsenales atómicos para impedir transferencias indeseadas y propuso instaurar un control del stock de plutonio y del uranio enriquecido (dos ingredientes de la bomba), bajo estricto escrutinio estadounidense. También exigió un plazo de cuatro años para someter todo el material sospechoso al control de un organismo manejado por el gigante del Norte (Asociación Internacional de Energía Atómica). Se suscribieron acuerdos de eliminación inmediata de esas sustancias con Chile, Canadá, Ucrania y México y se estableció un cronograma general, que Estados Unidos también acelera para reactivar el desarrollo nuclear, como fuente de energía alternativa al petróleo. Un punto conflictivo es el blanqueo de las 200 cabezas nucleares que tiene Israel. Este reconocimiento es una prenda de negociación para someter a todos los países a las nuevas reglas de Washington. Como el estado sionista es también el principal artífice de un eventual ataque aéreo a las instalaciones nucleares de Irán, su caso ha quedado circunscripto a un tratamiento especial. Israel no quiere rivales en la disuasión atómica de Medio Oriente y tiene en la mira ese eventual bombardeo, antes de la maduración del proyecto nuclear de Teherán. Este ataque se mantiene como opción, mientras Estados Unidos juega la carta diplomática, para disuadir a Irán de su desafío atómico. El método de presión de los estadounidenses para forzar este desarme se parece mucho al practicado por Bush con Irak. Resoluciones de la ONU condenando al país, exigencias de apertura a las inspecciones internacionales y finalmente, algún ultimátum de rendición. Para realizar este chantaje cuentan con la estrecha colaboración de Alemania y España. Pero Estados Unidos necesita comprometer a Rusia y eventualmente a China en el cerco contra Irán, para tornar asfixiante esta presión y bloquear las transferencias de tecnología. Ambas potencias exigen fuertes contrapartidas a cambio de esa complicidad. Por esta razón, se han ensayado otros caminos de mediación, a través de Brasil y Turquía. Durante el año 2010 ambos países transmitieron un ultimátum preparado por Estados Unidos que no prosperó. La pretensión de comprometer a Rusia, China o la India en esta mediación también fracasó, puesto que los tres países tienen sus propios intereses sub-imperiales en la zona. No quieren armas nucleares en Irán, pero prefieren abstenerse del ejercicio de presiones directas. Estados Unidos necesita, además, el concurso de otros socios para ordenar la situación de ciertos aliados –como India y Pakistán- que han evitado suscribir el tratado de No Proliferación. Un conflicto entre ambas naciones podría derivar en el uso del material nuclear. Pero aquí el Pentágono acepta jugar con fuego, puestos que ambos países integran el círculo íntimo de sus asociados. En cambio, las exigencias sobre Corea del Norte aumentan día a día. El Departamento de Estado busca imponerle a ese país una cuarentena más severa que a Irán, ya que su desarrollo atómico le permite comercializar algunas franjas menores del explosivo armamento. Este hostigamiento es permanente y requiere un activo concurso de China, que el gigante oriental mantiene en reserva. Estados Unidos difunde la ridícula versión de un dictador loco que se resiste a desmontar su arsenal, a la espera de mayores retribuciones económicas. En los hechos el Pentágono ha reforzado la presencia de sus tropas en Corea del Sur y promueve todo tipo de incidentes militares para bloquear la distensión, que ensayaron en la última década los mandatarios de ese país. El rumbo actual está dictado por un simple incremento de las provocaciones, a fin de imponer el desarme del adversario. Todas estas peripecias en torno al arsenal nuclear retratan la situación actual de la dominación imperial estadounidense. La primera potencia ejerce activamente la supremacía militar y busca reafirmar ese poderío contra cualquier adversario existente o potencial. Somete a Europa y Japón, negocia con Rusia y China, fija el calendario de las ofensivas y de los blancos. Estados Unidos refuerza, por lo tanto, su papel de gendarme para contrarrestar los desafíos de viejos enemigos, nuevos adversarios y tradicionales aliados. Intenta bloquear el ascenso de las economías en crecimiento, mediante la cooptación de ciertos países y la presión militar sobre otras naciones. En todos los casos, ejerce un liderazgo imperial para asegurar la subordinación de sus asociados. Pero cada acto de reafirmación de ese poder enfrenta mayores y condicionamientos. Estos obstáculos se verifican en las zonas más calientes del planeta. Bibliografía: -Chomsky Noam, “Genocide denial with a vengeance”, Monthly Review, vol 62, n 4, september 2010. -De Pauw Freddy, “Patriotes, Ossetes et petrole” , Inprecor 541-542, septembre -octobre 2008 -Fiori José Luis, O poder global e la nova geopolitica das nacioes, Editorial Boitempo, 2007, Sao Paulo. -Johnson Chalmers, “¿Es posible la liquidación imperial en el caso de USA”, www.rebelión.com 24-5-07 -Johnson Chalmers, “El significado del imperialismo”, www.prodavinci.com, 27-1-09 - Katz Claudio - “ Las tres dimensiones de la crisis ” , Número 37/38 de la revista Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Año XX, Vol. XIX, 2010, ISSN 0327-4063, Buenos Aires, FIHES-IDEHESI -Katz Claudio, “Crisis global: las tendencias de la etapa”, Aquelarre, Revista de Centro de la Universidad de Tolima, Colombia, vol 9, n 18, 2010 -Klare Michael, “Guerre du Caucase” , Inprecor 541-542, septembre -octobre 2008 -Nanga Jean, “Aprés cinquante ans d´independance”, Inprecor 562-563, juin-juillet 2010. -Tokatlian Juan Gabriel, “Estados Unidos persiste en el error”, Clarín, 16-11-10. -Zinn Howard, “Foreword”, in Lends Sydney The forging or the American empire, Pluto Pres, Canadá 2003 Resumen Estados Unidos refuerza su papel de gendarme para contrarrestar los desafíos de viejos enemigos, nuevos adversarios y tradicionales aliados. Extiende la red de bases militares e institucionaliza el terrorismo de estado. También invade con pretextos humanitarios a los países que albergan grandes recursos o tienen gravitación geopolítica. Obama ha mantenido sin cambios esta política belicista y abandonó todas sus promesas de moderar la agresividad. Este belicismo genera una degradación moral que desestabiliza a la sociedad estadounidense y socava las tradiciones democráticas. El militarismo es apuntalado por formaciones derechistas, que aportan la base social de las cruzadas internacionales. Estados Unidos intenta bloquear el ascenso de economías emergentes que tienen recursos demográficos y naturales o experiencia de dominación político-militar. Este grupo de países desarrolla acciones sub-imperiales y tiene mayor autonomía que su precedentes de la posguerra. El imperialismo promueve la dispersión de ese bloque, mediante la cooptación de ciertos adversarios a una asociación unilateral. Busca especialmente establecer coordinaciones hegemónicas con India, Sudáfrica y Brasil. La primera potencia intentó neutralizar por completo a Rusia cuando se desplomó la Unión Soviética, pero ha debido aceptar un status de presión militar y negociaciones. Frente al arrollador avance económico de China persiste una indefinición entre la beligerancia y el compromiso. El gigante del Norte ejerce su liderazgo imperial con la resignada aprobación de Japón, cuya orfandad militar lo obliga a aceptar todas las presiones económicas. Europa conformó una Unión Monetaria, pero no logra cohesión bélica y se amolda a las pautas del Pentágono. El imperialismo estadounidense intenta reafirmar su liderazgo imperial con controles, sanciones y restricciones a la proliferación nuclear. Define quiénes deben participar y ser excluidos de la disuasión. Estas negociaciones retratan el escenario imperial. Notas: [1] Este artículo forma parte de un libro sobre el imperialismo contemporáneo de próxima aparición. [2] Economista, investigador, profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz [3] En el video “Collateral Murder”, filtrado por wikileaks en abril de 2010, se observa cómo operan este tipo de asesinatos de personas (y periodistas) que caminaban pacíficamente por una plaza. Ver: www.collateralmurder.org [4] Una de estas firmas (Blackwater) ha extendido c on otro nombre (Xe Services) su oferta de trabajos sucios a la actividad civil, La Jornada, México, 1-10-2010. [5] Un informe militar reciente de esta política denominado “Army Modernization Srategy” ilustra esa estrategia. Clarín, Buenos Aires, 14-10-08. [6] Un informe de estas tensiones en Página 12, Buenos Aires, 25-7-10. [7] Un análisis en La Nación, Buenos Aires, 5-9-2010. [8] Una descripción de esta múltiple estrategia en: Tokatlian Juan Gabriel, “Una tentación imperial que aún no ha cedido”, Clarín, Buenos Aires, 30-11-10. [9] Un análisis en Varadarajan Siddharth, “India ávida de reconocimiento”, Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, Noviembre 2008. [10] Ver: Bond Patrick. “El imperio norteamericano y el subimperialismo sudafricano”. El Imperio Recargado, CLACSO, Buenos Aires, 2005. [11] Desarrollamos este tema en: Katz Claudio, Latinoamérica, “El peculiar ascenso de Brasil” en “Las disyuntivas de la izquierda en América Latina”, Edición cubana, Colección. Nuevo Milenio, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010. [12] Ver: Kagarlistky Boris. “El estado ruso en la era del imperio norteamericano”. El Imperio Recargado, CLACSO, Buenos Aires, 2005. [13] Un informe en The Guardian-Clarín, Buenos Aires, 17-8-2010. [14] La caracterización de estas estrategias es expuesta por: Arrighi Adam Smith en Pekín, Akal, 2007, (cap 10). [15] Este análisis plantea: Hung Ho-Fung, “China: ¿la criada de Estados Unidos?”, New Left Review 60, 2010. [16] Estos condicionamientos son retratados por: Murphy Taggart, “A loyal retainer? Japan, capitalism and the perpetuation of America hegemony Socialist Register 2011 The Crisis This Time Sep 2010. [17] Ver: La Nación, Buenos Aires, 20-11-2010. [18] Ver: Almeyra Guillermo, “El desarme nuclear de Obama”, La Jornada, México, 18-4-10. [19] Ver: Weltz Richard, “Obama entre el desarme y la supremacía atómica, Clarín, Buenos Aires 11-4-10. Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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